Estadio Carlos Tartiere/Jaime Fdez-Mijares

-Pero, ¿eres consciente de que vas a cobrar nada por esto?

-Yo soy del Real Oviedo. Lo demás me da igual.

El día debió ser lluvioso, como siempre en el Cantábrico, como debe ser. Sólo en días nublados hay justicia poética. Según la regla Pynchon, deben dejarse al menos diez años entre un acontecimiento y su correspondiente narración escrita. Pasaron tres años, pero, en su día, pidieron a todo miembro de la familia que escribiera algo que le recordara para siempre, como cuando en el Gijón se reunían en torno a la mesa a ponerse de acuerdo en tirar el amor a la calle.

La última vez que coincidimos fue casi año y medio antes. Me habían invitado a la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias y, justo al bajar del avión, ya estaba llamándome.

-El sábado juega el Oviedo y vienes al palco con tu padre. Ya sé que no eres muy de fútbol, pero, macho, que eres del Betis y por eso hay que darte un premio.

No me dio tiempo a decirle que quería ir. Aquel sábado, el Oviedo no pasó del empate contra el Zamora. El Oviedo siempre me atrajo con magia por esa foto de Herrerita que colgaba de la pared en todo bar de Oviedo y que llevaba viendo desde pequeño. Y el fútbol no llamó a mi puerta más allá de jugarlo cada semana con los amigos de la facultad, los mismos muchachos con los que cada semana me creo que soy Luisito Suárez. Yo, por aquel otoño de 2013, ya estaba queriendo ir de vuelta de toda devoción por el mismo deporte del que siempre informaban sin descanso y sin dar margen a otros deportes.

En ocasiones, la Fe llamaba a mi puerta en forma de jugador. Kanouté. Y punto. La clase y elegancia personificadas en un futbolista. Y creo -sin temor a equivocarme- que Frederic Kanouté es el jugador con más clase del XXI que ha pasado por las Españas. A él le encantaba Kanouté, en eso coincidíamos. Y ese hecho me reconciliaba con el fútbol cuando, sin saberlo, iba a necesitar el fútbol más que nunca y para siempre. Guardaba la camiseta de esa leyenda en un cajón de su habitación con más zamarras: Lazio, Inter, Arsenal, Le Havre, PSG, Valencia, etc. Y Oviedo, siempre. Se reía cuando le contaba que mi abuelo, el sevillista que se partió el alma por hacerme del Betis, me trajo de Florencia una bufanda del Betis porque decía que algo así no podía quedarse en Italia.

Aquel sábado de Octubre acabó el partido y nos quedamos en el palco comentando lo que había sido. Lo que no sabía es que él estaba haciendo tiempo hasta que el estadio se quedara vacío y empezaran a apagarse las luces. Quizás, en ese momento, comprendí que ése era el fútbol que le gustaba: la eternidad encerrada en el silencio de un campo vacío y huérfano. Tras unos segundos de silencio vigilando que todo quedara como estaba, dijo: «nos vamos». Y nos fuimos. Aquel día supe que todo iba más allá del balón, de los goles. Nunca, nunca, nunca le escuché presumir de lo que consiguió mientras trabajó por el Oviedo. Entre otras cosas, que Inglaterra sea el país en el que más accionistas hay del Oviedo o que esta ciudad -la de la eterna dualidad entre el corazón tan verde y el alma roja- sea la ciudad de las Españas con más accionistas del Oviedo.

Tenía facha de galán de western. Antonio se vistió de magnífico con unos pocos valientes más y, sin pedir nada a cambio, salvaron al Real Oviedo de la desaparición. Porque lo demás le daba igual. Y así era con todo. Nunca cambió, siempre hacía reír a quien tuviera al lado y la última vez que hablamos por teléfono, aquella navidad de 2014, me dijo que me parecía al pequeño Nicolás. Nos reímos, me dijo que podía ser del Betis mientras no dejara al Oviedo y nos citamos para el verano.

Las semanas de invierno pasaban. Sin remedio, frías y alegres. En una noche de febrero de 2015, decidí ver ‘Volver a empezar’. Realmente no lo decidí, nada había en la tele salvo esta película. Una película de Garci más, dicen algunos, como mi padre cuando era pequeño y me decía en un bar de Oviedo: «ése es Herrerita, el de la foto de al lado es ‘Jeminguéy’, un hombre muy triste que bebía mucho pero que escribía muy bien». Aquella noche, viendo aquella película, descubrí que antes que Sorrentino estuvo Garci, y antes que Maradona en el cine el Oscar se lo llevó otro fútbol. Y aquella frase,»Por favor no me diga que no, es asunto de vida o muerte. Ya le contaré, pero tenemos que bailar la próxima».

La vida hila sin tanto remedio que sin avisarnos se llevó a Antonio. El día que había que despedirlo, el mar estaba cabreado, como queriendo entrar en la tierra para llevarse mucho y dejar mucho también. Llovía y hasta el final le acompañó su bufanda y su camiseta del Oviedo. Hasta allí arriba, donde está ahora, mirando al cabo Peñas, mirando al mar, el mar que tanto le gustaba. Al día siguiente, el Tartiere lleno hasta la bandera guardó un minuto de silencio por aquel joven. Y después de cuatro goles, el estadio vacío y yo. Como aquel día de Octubre en el que vimos apagarse las luces, como si estuviera esperando a una extraña para decirle que la próxima vez tenemos que bailar.

No he vuelto a ver ‘Volver a empezar’. No quise ni pude. La vida es un estadio de fútbol vacío en el que miles de historias se rompen contra la humedad del verde mientras un extraño -que se cree sin compañía- admira la inmensidad del vacío iluminado con luces que jamás se apagarán. Garci dice que no volverá a hacer cine, pero si lo hace podría hablar de aquel hombre de Luanco al que admiro que tocaba la gaita a duelo en la distancia en un Cantábrico que se desviaba para pasar por Manchester. En ese momento, aquel domingo de febrero en que había que despedirle, con el estadio Carlos Tartiere vacío y mientras las luces se desvanecían, Antonio se fue y sentí que el fútbol me nació entre las manos, que el fútbol moderno no existe y que valen la pena 90 minutos si al final nos queda ese Imperio que es el Carlos Tartiere en silencio e iluminado.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...