francis-rueda-11-06-16

Me van a decir ustedes que vaya tema más intrascendente he escogido esta semana para la Rueda. Vamos, tan intrascendente que es lo de más se habla en lugares de esclavitud: el metro, el ascensor, el despacho de ése que te cae tela de gordo en el trabajo…

Cuando no hay ganas ni necesidad de tratar otros temas, se emprende con el termómetro y…si se tiene arte retórico, la cosa puede dar para mucho, hasta para capotazos cuando el interlocutor se nos salga del discurso previsto.

El calor está aquí porque es su momento, porque la primavera no puede seguir estando en funciones como el gobierno y al verano le han hecho una campaña que ha logrado arrasar en todas las circunscripciones. Ya lo tenemos aquí. Mi primer caloret de verdad asomado a esta tribuna, escribiendo en medio del sopor de una tarde que me invita a hacer muchas cosas mientras sufro una gran dificultad para pensar.

Me dan ganas de ponerme una cacerola entre las piernas y despertar cuando se caiga, como aquel pintor del surrealismo onírico. Lo malo es despertar y volver a encontrarte la misma realidad. Este calor, al que hay que saludar sombrero en mano porque viene a reinar hasta noviembre. Y no digan que soy exagerado.

Yo me hago ya a la idea y me propongo fortaleza para sufrirlo y no fenecer en el intento. Supongo que nos mantendrán entretenidos las argucias de los partidos en estas elecciones, las más veraniegas de toda la democracia.

Hay que remontarse a 1986 (segundo mandato de Felipe González) para encontrar algo parecido. Fueron aquella vez un 22 de junio, y enfrente de un PSOE con fuerza se puso la Coalición Popular, una suma de partidos de diversos colores que dijeron una tarde: «Unidos Podemos» (sí, ahora el emoticono del ojito guiñado y la lengua fuera).

Ya lo vieron en aquella TVE de los momentos agónicos del franquismo: «Todo es posible en domingo». Y si encima, es domingo casi de julio y toca votar, me resulta impredecible.

¡Cuánto calor! Ya todo son chanclas y pantalones cortos, camisetas con cerco y frentes sudorosas, abanicos de caballero y de señora, sofoco y prisa por llegar a casa y evitar si es posible las lentejas y el puchero. Comer cualquier cosa, pelear por la siesta; trabajar de sol a sol y encontrar la muerte al caerte de un andamio.

Y el calor de fondo, como un telón de acero voraz y despiadado que corta cabezas y altera la dinámica de empresarios despiadados y trabajadores inadaptados después del invierno.

Pero, dado que es lo que tenemos y lo que toca, habrá que verle la parte buena de unas playas, aunque sea de ida y vuelta y con un bocadillo de filete empanao (emoticono de sonrisa y lengua fuera) podremos e intentaremos disfrutar.

Cuando llegó la primavera, la saludé cariñosamente, sabiendo las dulzuras que me traía escondidas en su florido seno. No me negaré a abrazarte, verano que conviertes en bi-estacional el calendario de la ciudad. Aquí estamos, aquí nos tienes, como siempre desde que somos quienes somos, porque tú ya eras antes de nacer la conciencia de Hispalis. ¿De qué me sirve llevarme mal contigo, si eres como un venerable ancianito que apareces siempre en nuestro camino?

A la Rueda los que te maldicen, y en cuanto octubre sopla un vientecillo sacan la rebeca de lana y las botas de pelo del ropero, haciendo el ridículo por cambiar el fondo de armario antes de la cuenta. A la rueda los que se aprovechan de ti y multiplican la indolencia y la ineficacia para que todo siga igual.

Al verano hay que darle lo suyo y no refugiarse en él para que nadie pueda echarnos en cara que no hicimos las cosas bien porque era tiempo de vacaciones. En fin, sea usted, señor verano, bienvenido a nuestras vidas.