francis-segura-2-junio-2016

Como en mis mejores tiempos, es noche cerrada y estoy aquí, desafiando a las letras de la rueda mientras todo en mi casa duerme y mis vecinos aún no se han desperezado y han dicho «por fin es viernes».

Me gustan los límites, y en situaciones así me doy cuenta de lo divertido que puede llegar a resultar escribir cuando nadie escribe y vivir a la hora en la que todo el mundo muere un poco mientras duerme.

Bueno, pensándolo bien quizás no todos en mi casa duerman, quizás aquí cerca haya vida despierta y luchando un poco más para salir adelante. Tengo en la terraza un vivero a la medida de mis posibilidades, lleno de plantas jovencísimas que sueñan flores, ramas aromáticas, frutas y verduras y que, plantadas en tierra buena, me reclaman cada día un pequeño esfuerzo y que ya me han regalado, por ejemplo, azahar en pleno mes de mayo y una prometida campaña tomatera que será la envidia de los productores palaciegos con tanta fama en Andalucía.

Nunca me imaginaba yo pendiente de tal producción. Esto ya no es echarle un poquito de agua a la ramita para que vaya creciendo, esto ya es tener que conocer a cada uno cuánto, cómo y cuándo para que no se me arruguen ni se me pierdan. Hay semillas que no salieron,; otras que, tras la visita de un pájaro (cuyo apodo en casa no diré) quedaron convertidas en tallos y, luego, en nada. Sin embargo, la sección de albahaca y mejorana, así como los tomatillos cada día amanecen más grandes. Me dan ganas de hacerles un «time-lapse» para ver cómo se mueven y crecen buscando la luz y las mejores condiciones para su germinación.

Esto sí que son brotes verdes. Vamos a poner todo nuestro empeño en que superen la crisis de los primeros días, en los que, casi sin raíces y ahogados en un semilero en el que crecen muchos como ellos, logren asentarse y dejar de ser pequeñas plantitas para ir pidiendo, progresivamente, más espacio y la vara de un tutor que les ayude a seguir creciendo «fuerte p´arriba».

Mis tomates son un monumento vivo a los jóvenes que, según las estadísticas, están buscando un trabajo y, sorprendentemente, lo están encontrado sin mucha dificultad tras pulsar el botón de una app. Todos, chicos, estamos pasando el proceso con ilusión, superando los miedos de enfrentarnos a algo desconocido, sintiendo como nos salen las raíces para quedarnos en tal o cual puesto de trabajo, que no habíamos visto hasta ahora pero en el que otros han conseguido estabilizarse.

Tenemos que sentirnos matas de tomate. Que agarran fácil y de las cuales muchas consiguen salir adelante y acomodarse en un cahíz de terreno en el que dar frutos tan abundantes y vistosos como los tomates. Tomates de mucha variedad, porque cada uno tiene un uso específico, y en la diversidad dicen que reside el gusto. Tomates que dejen sus tallos para venderse allí donde haga falta, ponerse delante de un público que los pone a prueba a ver si es verdad que no les han engañado con tanto brillo por fuera.

Hoy todos tomates, y siendo tomates, todos a la rueda. A la rueda los tomates que, por no luchar, maduraron cayendo de la rama al suelo, quizás sin llegar a dar nunca fruto porque no terminaron donde debían. A la rueda los tomates que, a pesar del esfuerzo que les ha costado crecer y desarrollarse, se atreven a ir a cualquier mostrador a vender sus cualidades y al menos son escuchados por quien tiene la opción de comprarlos. En esta vida los tomates atrevidos son los que se llevan el gato al agua. Yo seguiré, en la medida de lo posible, cuidando estos tomatitos y me sentiré su patria y su padre. Allí donde vayan después, mudos, presumirán de ser de aquí.

Sevillano habilitado por nacimiento, ciudadano del mundo y hombre de pueblo de vocación. Licenciado en Historia del Arte que le pegó un pellizco a la gustosa masa de la antropología, y que acabó siendo...