Tras las vacaciones de Navidad, comenzará la cuesta de enero, el intento de ahorrar más de las familias, los propósitos individuales de adelgazamiento, las matriculaciones en los gimnasios y la repetición continua e incesante por parte de los que mandan de la palabra “recuperación”.

El frío tomará posesión del tiempo, y ese hecho será cubierto por periodistas a pie de calle, playa o montaña que sufrirán y nos contarán las inclemencias meteorológicas del lugar en cuestión.

La larga e interminable estepa rusa de monotonía y bajas temperaturas que empieza tras la llegada de los Reyes Magos y que dura hasta el mes de marzo se verá sazonada con los carnavales, y tendremos coplas, pasodobles, chirigotas, comparsas y cuartetos para dar y regalar, aunque no estemos en la Tacita de Plata.

La primavera se acercará tras el paso de los días iguales de invierno, consistentes en levantarse, ir al trabajo, pasar el día allí hasta que llegue la noche, hacer un par de cosas más, volver a casa y acostarse, habiendo sido absorbidos por el espíritu de la rutina. Entonces circularán por las calles del centro pasos de todo tipo y condición en todo estado de quinario, setenario, estación de penitencia o lo que sea, al son de marchas idénticas a las que han sido escuchadas desde tiempo inmemorial. Empezaremos a oler a azahar y a incienso, a escuchar las predicciones meteorológicas al dedillo, a conversar sobre si era adecuado que la hermandad en cuestión hubiese tomado esa decisión o no.

Se pasará la Semana pensando ya en la otra gran fiesta de la ciudad, la que tiene lugar en un campo de albero, la que hace al sevillano sentirse orgulloso de su tierra, con su gente, esa fiesta que se inicia con el primer tubo de la portada en… ¡diciembre del año anterior! Miles, millones de personas se aglomerarán en una esquina de la ciudad, y esperarán colas para el taxi y el autobús, quedarán para ver cómo se encienden a la vez todas las bombillas del Real, pasearán por casetas a las que no se les permitirá el acceso, gritarán, beberán, hablarán de cosas aparentemente serias con una jarra de rebujito en la mano y se lo pasarán bien bailando unas canciones que fueron compuestas cuando todos eran pequeños, o sufriendo el dale a tu cuerpo alegría Macarena.

Se dará cerrojo a esa fiesta y las noticias volverán a centrarse en las temperaturas, pues el ascenso tras el mes de mayo requerirá de nuevo de una reportera situada debajo de un termómetro para que nos diga cuánto calor va a hacer en cada punto cardinal del país. Entonces habrán tenido lugar las elecciones municipales, y se sabrá ya si tendremos al mismo alcalde, al mismo opositor, al de la moto, o a ninguno de ellos.

Así se acercarán los meses de verano con conversaciones de ascensor en las que se repetirá una y otra vez “qué calor hace, ¡no es normal!”, con un deseo generalizado de alcanzar por fin las vacaciones y poder disfrutar al menos durante un mes de lo que nos gustaría hacer durante todo el año. Pero ese deseo tardará poco en tornarse al contrario, en anhelar volver a la rutina por agobio, cansancio y saturación de tanto tiempo libre al que no se sabe en qué dedicar, por la falta de costumbre de disponer de tiempo para dedicarlo a uno mismo.

Y de nuevo el reencuentro con la monotonía, durante ese espacio de tiempo en el que se retoma la vida normal, los miedos, las esperanzas, los nuevos o viejos propósitos. En los que, si eres muy familiar esperarás que los tuyos consigan lo que se merecen, y más; si eres muy trabajador, esperarás que tu jefe te tenga en cuenta para el próximo ascenso; si eres muy forofo, soñarás con que tu equipo haya conformado un conjunto capaz de ganar más partidos que el vecino; si eres muy político esperarás que las elecciones programadas para noviembre den como resultado lo que tú esperas; si eres muy social te ilusionarás con que por fin la Justicia triunfe sobre la barbarie; y si eres muy realista dejarás de esperar, soñar e ilusionarte con nada y simplemente te dedicarás a vivir.

Y así, lentamente, pasará septiembre, octubre y noviembre, y con ello el descenso otra vez de las temperaturas y el aumento de lluvias y vientos. No te sorprenderás al ver de nuevo al corresponsal de turno sometido a las inclemencias meteorológicas, ni te dirán nada las declaraciones de un político que se mete con otro, ni de un dato macroeconómico que asegura que lo que ves a tu alrededor es mentira y que la realidad es la cifra que expone que todo va bien. No te parecerá extraordinario que Ronaldo haya hecho el enésimo gol y se haya golpeado fuerte el pecho con la mano en la celebración del mismo, y situado amenazante ante el público diciendo “¡soy el mejor!”. Y entonces llegará el momento de volver a escuchar el anuncio de la lotería del año que viene que nos indicará que de nuevo ha llegado la Navidad.

¿Me equivoco o la vida no es más que una sucesión interminable de los mismos acontecimientos repetidos?

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...