manuel-visglerio-1-11-2016

Ya tenemos gobierno y, por lo tanto, ahora es cuando empieza el desmadre. Alguien habrá pensado que con la investidura, in extremis, de Mariano Rajoy, todos los problemas que teníamos se iban a resolver, pero creo que ahora, precisamente, es cuando empieza el verdadero problema, ahora es cuando comienza la feria.

Si para elegir a un presidente nos hemos llevado casi un año porque no había una mayoría suficiente que lo apoyara, qué va a ocurrir cuando el galimatías parlamentario tenga que consensuar las leyes; la primera, la de presupuestos.

Tras meses de conflicto, el campo de batalla de la investidura ha quedado colmado de armas y pertrechos y algún que otro cadáver diseminado; en el hospital de campaña se acumulan los heridos; algunos tienen las horas contadas pues cuando se recuperen de sus heridas, tendrán que someterse a un consejo de guerra que, probablemente, los condenara al patíbulo.

Pero la gran guerra no ha sido entre Tirios y Troyanos, han sido los propios fenicios los que se han estado matando entre ellos cegados por la ambición de poder o por el miedo a perder el poco que les quedaba.

La crisis socialista y la crisis de gobierno no se han resuelto con la investidura, antes bien, la guerra en el PSOE continua, ahora, más mediática que nunca con guillotina incluida a la vista; la crisis de gobierno continuará porque los consensos parecen imposibles; incluso Rivera, socio de investidura del PP, tuvo que advertir a Rajoy que debía cumplir sus acuerdos con el partido naranja, cuando éste dejó claro en el debate que estaba dispuesto a hablar de todo, pero que no pensaba “liquidar las reformas hechas en los últimos cuatro años”. Con esa predisposición la legislatura nace muerta.

Que un presidente y un partido que han perdido, en cinco años, tres millones de votos y casi cincuenta diputados diga que, en lo fundamental, no piensa cambiar nada de unas políticas que han hecho daño a tanta gente, tiene muy poco recorrido.

Haber sido el partido más votado en una cámara variopinta en la que todos han perdido electores, no es excusa para proclamarse como el rey tuerto de un país en el que todos están ciegos, menos él.
Seguir amparándose en una minoría mayoritaria para que sigan siendo los mismos los que continúen llevando sobre sus hombros el peso de la crisis, con empleos precarios y sueldos de pena, es injusto y no augura estabilidad parlamentaria.

Rajoy debe tener altura de miras y, precisamente, por ser el líder del partido más votado y por haber estado gobernando estos últimos años, debe dar un golpe de timón y cambiar de rumbo porque si no, conociendo a la tripulación y la poca predisposición que muestran, salvo para liderar la oposición sobre los escombros de la izquierda, tarde o temprano habrá un motín a bordo y regresaremos a puerto para volver a las urnas.

Decía Adolfo Suárez que “un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados”. Creo que ahora es un buen momento para recordarlo; ahora toca resarcir a los perjudicados.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...