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El pasado 17 de Diciembre finalizó en la UPO un interesantísimo ciclo titulado «Las mujeres como transmisoras del flamenco». A lo largo de tres actuaciones, intervenciones, o como se las quiera llamar, diversas mujeres han aportado su experiencia y su visión de algo tan popular, y a la vez tan desconocido como es el flamenco.

No voy a detenerme hoy en el grandioso hecho de que una universidad posea una peña flamenca, eso merecería columna propia, pero sí es cierto que un bicho raro como yo, se siente reconfortada en iniciativas de este tipo, que además de manejar la materia prima, flamenco en este caso, van un poco más allá, con su poquito de antropología, su mijita de sociología, esa mezcla maravillosa que las Ciencias Sociales, me crean o no, aportan a cualquier ámbito. Y no es necesario ser pedante, a veces creo que estas ciencias son tan simples que ni descubren, sólo señalan lo que pasaba desapercibido.

Ha sido una completa gozada escuchar hablar a Esperanza Fernández y Pepa Vargas, amén de oírlas cantar. En relación con el género Esperanza aportó algo que puede ser obvio pero en lo que yo no había reparado. Ante la pregunta de las mujeres en el cante, se debatió la profesionalización y las escasas figuras femeninas de renombre. Y allí apareció, aunque nadie lo nombrara, Rousseau y sus malditas esferas. Las mujeres han cantado siempre, pero no siempre a nivel profesional. Relegadas a las fiestas familiares, manejaban a la perfección cantes festeros, pero hasta ahí llegaban en la mayoría de los casos. La profesionalización establece otros palos que de manera «natural» se les vedaban.

Mari Peña es una artista que te da los buenos días y quedas sorprendida de tanta gracia. Su reflexión de la evolución del flamenco en general es digna de tener en cuenta, por pesimista que parezca, ya que se autodenomina con la etiqueta creada por Alicia Gil como perteneciente a la «Generación absurda». Aunque la evolución es insondable y llega al punto de que la hija de Mari, de la más pura estirpe del flamenco utrerano, comienza a dar sus pasos en el canto lírico. En palabras de la madre: «Fite tú que ange mi hija cantando ópera y yo viéndola…»

Alba Molina y Angelita Montoya tocan la fibra de cualquiera que haya tenido por nanas las canciones de Lole y Manuel. Si como es mi caso, has cogido el sueño durante muchos años en casa o el coche escuchando historias de mariposas blancas y bodas de gorriones, la transmisión es tan evidente que sólo te queda disfrutar.

Puede que las Ciencias Sociales solo señalen, y aunque me caerá alguna crítica de esa gente que se siente ofendida antes de que yo termine una frase, se nos olvida con demasiada frecuencia reivindicar demasiadas cosas, y eso es altamente peligroso. Un compañero de clase, gran entendido del flamenco, hizo esto casi sin darse cuenta, al hilo del citado ciclo, de forma simple y certera, con una frase: Sigue habiendo mucho machismo en el flamenco, tal vez ya no en el cante pero ¿cuántas mujeres guitarristas conoces?

Y es que queda mucho por hacer, y queda aún más por señalar.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...