Absurdamente olvidamos nuestra condición de mortales. No sé porqué, pero la cotidianidad parece vendernos una extraña sensación de eternidad que no resulta real.

Sensación que aumenta con las personas públicas o los artistas… Tal vez por eso, jamás había pensado en que Krahe, como cualquier ser vivo, era susceptible de morirse.

Lo primero que he pensado, egoístamente, es que yo jamás lo había visto en directo. Estos últimos años había dado algunos conciertos en Sevilla, pero ninguno me cuadraba y estúpidamente lo iba dejando, pensando que ya iría a alguno, como si el asunto no corriera prisa, como si este hombre no fuera a parar de cantar nunca.

Como muchas personas de varias generaciones, sufro la debilidad por esa genialidad de disco que es La mandrágora. Hasta Pablo Iglesias comparte mi perversidad de saberse todos los diálogos y chistecillos del álbum, que por cierto, Krahe nunca llegó a escuchar entero.

También estaba esa mítica grabación, que yo tenía en un desgastado casete que me pasaron, donde cantaba aquella sonata india que desafiaba al por entonces, presidente del gobierno. 

Supongo que Javier no dejaba indiferente a nadie, ni admiradores ni detractores, aunque no se tratara de un cantante de masas; pero esas dos incursiones musicales son como un lugar común, un referente musical y sentimental que se te instalaba en el alma a modo de cimiento, de pilar básico. Luego había otras canciones, otras historias, pero nada de eso se entendía si no

habías pasado por el petardazo hecho con un globo y un cigarro en «Mi ovejita Lucera». Puede que hayamos tenido la suerte de conocer al último trovador del pasado siglo y de este que estrenamos, un poeta de humor inteligente sin más intención que comunicar una forma satírica de entender la vida.

Pero sigo con mi egoísmo, me había acomodado a la eternidad de los soportes sonoros, del youtube y su infinito archivo, de esos conciertos que dejaba pasar, ahora no me explico porqué lo hacía, y el convencimiento categórico de que ya iría a alguno.

Ahora ya no hay remedio, porque Javier Krahe, que creía en la muerte más que en cualquier otra cosa, ha cumplido con el ciclo natural de la vida. 

En una entrevista, Sabina comentaba algo cursi pero muy sincero, que Javier había supuesto para él ese sentimiento amistoso basado en la comunión de los espíritus afines. Tal vez eso sea lo que a mí me parece que he perdido. Decía también el flaco, en otras muchas entrevistas, que cada día se le hace más duro ir enterrando amigos… Una vez más, mi egoísmo se impone.

No sé cómo voy a soportar que se me vayan yendo los artistas a los que más admiro, los más antiguos en mi pensamiento, los que más canas peinan, los pilares básicos que no sólo son una preferencia, sino que fueron entretejiendo mi vida sin saberlo ni pretenderlo. Será cuestión de acostumbrarse a la eternidad que la tecnología propicia.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...