La tos ferina es una enfermedad que para los que no somos sanitarios y rondamos los 40 años nos suena a novela decimonónica o posguerra española porque estamos vacunados contra la misma. Sin embargo, y lo puedo contar en primera persona, se trata de una infección respiratoria bacteriana que convive con nosotros a la que deberíamos prestar especial atención en los meses de invierno porque sus cepas y variantes no siempre son combatidas por nuestro sistema inmune.
La manida frase de «enterarse por la prensa» puede que haya acelerado mi diagnóstico y, por tanto, mi recuperación. Tras una semana dando tumbos por urgencias de centros de salud públicos y privados de Sevilla, se me ocurrió comentar con el médico de cabecera de turno que EnAndaluz.es había publicado una pieza sobre el aumento de los casos de esta patología en Andalucía. Y entonces, se le encendió una luz, ató cabos y ¡Eureka! tos ferina por descarte.
Tos ferina sin prueba diagnóstica
No queda más remedio que confiar en la experiencia clínica del facultativo que tengamos frente a nosotros porque jamás tendré la confirmación empírica de lo que me ha ocurrido. A pesar de ser la única persona en el centro de salud a la espera de ser atendida, bastó la crónica resumida de los últimos siete días en forma de síntomas para que el médico de familia discurriera con una conclusión dubitativa: «todo apunta a que es tos ferina».
Quizás la fase inicial de la misma explique el periplo de urgencias una semana previa al diagnóstico: febrícula, tos improductiva intensa y malestar generalizado. En mi caso, se confundió con una bronquitis aguda para la que me recetaron amoxicilina entre cinco y siete días. Pero nada, la tos persistía sin descanso y el dolor de cabeza por la falta de reposo in crescendo. De ahí la vuelta a urgencias.
La clave, el cambio de antibióticos
Visto que el antibiótico genérico amoxicilina tuvo cero efectos sobre mí, en esta última visita a los servicios de urgencias me recetaron otro antibiótico (azitromicina) que suele ser más eficiente para la sospecha de la bacteria que causa la tos ferina, es decir, la bordetella pertussis. Sin más opciones, me encomendé a los astros y adelante.
Con una pauta de seis días de antibiótico (azitromicina) parece que la tos remite, pero la residual se está transformando en productiva con pitidos en el pecho. Leyendo sobre la enfermedad, otras infecciones secundarias de la tos ferina pueden derivar en otitis o neumonía.
Ante tal amenaza, he vuelto a intentar acudir a un médico de cabecera con cita previa, tanto en centros públicos, como privados, pero el tiempo mínimo de espera es de 15 días. De nuevo, tendré que acudir a urgencias contraviniendo el llamamiento generalizado a no colapsar las urgencias. Sintiéndolo mucho, no me queda otra, porque sin confirmación vía PCR o análisis de sangre, la sensación de ir a ciegas es insostenible. Y el abuso de antibióticos, señores, lo están protagonizando los propios médicos por una política de recortes en pruebas diagnósticas muy grave.
Síntomas de la tos ferina
- Moqueo o congestión nasal
- Fiebre baja (menos de 38 grados de temperatura)
- Tos leve ocasional (puede no suceder con los bebés)
- Apnea (pausas en la respiración que pueden ser mortales) y ponerse azul o morado en el caso de bebes y niños pequeños.
Una a dos semanas después de que comienzan los primeros síntomas, las personas con tos ferina pueden desarrollar paroxismos: ataques de tos rápidos, violentos e incontrolados. Estos ataques de tos suelen durar de 1 a 6 semanas, pero pueden durar hasta 10 semanas . Los ataques de tos generalmente empeoran y se vuelven más comunes a medida que continúa la enfermedad.
