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Siempre que tengo ocasión cuento que, antes de ser periodista especializado en asuntos europeos, fui euroescéptico. Me matriculé en un máster en Estudios Europeos poco después de surgido el 15M, cuando los niveles de popularidad de la Unión Europea estaban por los suelos.

Creía que sería una forma de conocer mejor algo de lo que quizá tendría que contar su final. Y así fue como pasé de euroescéptico a eurocrítico.

No son pocos los motivos para serlo. Los más recientes son, quizá, los más flagrantes: la mal llamada crisis de los refugiados -como si fueran estos, y no la guerra en su país, los culpables- o la situación en Grecia han dejado por los suelos la reputación de unas instituciones que sus propias herramientas, como el Eurobarómetro, se encargarán pronto de evaluar. Mientras tanto, hay abiertos ya 40 procedimientos sancionadores contra 19 Estados miembros por este motivo; entre ellos, España.

La negociación del tratado de libre comercio (TTIP) con Estados Unidos es otro de los más recientes objetos de crítica contra Europa, principalmente por las acusaciones de falta de transparencia. Este gigantesco acuerdo comercial trasantlántico ha roto, precisamente gracias a la crítica y a la presión popular, una tradición mundial de negociaciones secretas que se venía arrastrando por siglos. Desde octubre del pasado año podemos acceder al contenido de la propuesta europea desde la propia web de la Comisión.

Sin embargo, como señalaba hace unos meses en Sevilla Jochen Müller, analista político de la Representación de la Comisión Europea en España, las visitas a esta web se contaban entonces por pocos centenares. Mientras tanto, los ciudadanos estadounidenses ni siquiera pueden acceder a las popuestas de su parte. El reto para Europa es, como concluía la semana pasada también en Sevilla el presidente del Real Instituto Elcano, Emilio Lamo de Espinosa, si estamos dispuestos a escribir nuestra propia historia o si vamos a dejar que otros la escriban por nosotros.

Echarle la culpa a Europa por no solucionar nuestros problemas es como culpar a tus padres del destino que te ha deparado la vida. Cuando algo sale bien, es normal que seamos nosotros mismos quienes pretendamos llevarnos el mérito, por mucho que ese algo esté financiado al 70% por fondos FEDER o que sea el plato diario de potaje puesto por nuestros progenitores en la mesa lo que nos llevó a ello. La crítica, la auténtica patria de Europa, no sólo es bienvenida, sino necesaria para hacer de esta una Europa mejor. Pero quizá va siendo hora de asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Como europeos, sí; pero también como españoles y andaluces, o como hijos y padres.