Cristiano Piccini, en un entrenamiento en la ciudad deportiva Luis del Sol. - Real Betis

Son pocos los futbolistas que, una vez colgadas las botas, se atreven a mirar atrás con una honestidad tan descarnada. Cristiano Piccini, que recientemente anunció su retirada, es uno de ellos. En una reveladora entrevista con el diario AS, el italiano desgranó su etapa en el Real Betis (2014-2017), un período que define su carrera y que él mismo resume con una autocrítica demoledora: «Tuve muchas lesiones musculares, no era un profesional, no tengo ningún problema en admitirlo».

Su relato transporta a un joven que aterrizó en Sevilla sin ser consciente de la disciplina que exigía la élite. «No estaba preparado porque era joven y llegó con mi estilo de vida en Italia. Como no había jugado en equipos con tanta masa social y realmente no me conocía nadie, pues mi estilo de vida era muy de chico joven, de salir, de disfrutar de la vida, de la noche», confiesa.

La madurez llegó de forma forzosa, a base de golpes y realidades. El propio jugador narra ese despertar, contrastando su pasado casi indestructible con la fragilidad de un deportista profesional que descuida su descanso. «Ya había asentado la cabeza, ya había conocido la ciudad, ya había entendido que mi cuerpo también estaba cambiando. Con 22 años ya no tenía la resistencia de no dormir tanto, de salir, de beber… que tenía con 18, que me creía que era Ironman y podía hacer todo. Yo llegaba a los entrenamientos del carro directamente, había dormido en el coche, ¿sabes? Dos horas y me iba a entrenar».

Cuando por fin el puzle encajaba, cuando el lateral italiano mostraba la versión que todos esperaban tras un primer año de adaptación, el fútbol le mostró su cara más amarga. Justo en su apogeo, el infortunio frenó en seco su progresión. «En el segundo año del Betis jugué 18 partidos seguidos a un buen nivel y la putada fue que en el primer partido de la segunda vuelta me rompí el cruzado».

Aquel fatídico enero de 2016 lo cambió todo. «Y ahí, obviamente, pues se paró un poco mi progresión, me operé, hice la rehabilitación y en seis meses, o sea, empezando la temporada siguiente, ya estaba bien para jugar e hice una buena temporada ahí y luego me fichó el Sporting de Lisboa».

Ese fue el epílogo de su historia en Heliópolis. Aunque se recuperó, la magia de su mejor momento se había esfumado. Su traspaso a Portugal inició un largo periplo que lo llevó al Valencia, Atalanta, Estrella Roja, Magdeburgo, Sampdoria, Atlético San Luis y, finalmente, a Suiza. Una carrera nómada marcada para siempre por la lección aprendida en Sevilla: la de un talento que tuvo que perderse para, finalmente, encontrarse.