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Ni el mejor de los guionistas podría haber escrito una mejor historia para el primer derbi sevillano en Europa. No faltó ni un solo ingrediente.

Emoción, lucha, épica, goles y suspense; una batalla de las que se quedan en la retina y en la memoria de todos los aficionados al fútbol. Hubo que esperar hasta el último penalti de la tanda para conocer quién tocaría el cielo y quién mordería el polvo más amargo

Finalmente fue el rojo el color que tiñó el cielo azul y estrellado del viejo continente. El equipo de Unai Emery logró darle la vuelta al más que adverso 0-2 de la ida. José Antonio Reyes y Carlos Bacca forzaron una prórroga en la que se reflejó el inmenso derroche físico de los gladiadores que saltaron al césped. Algunos de ellos -totalmente rotos- arrastraban sus piernas, y con ellas el orgullo de media ciudad. No querían la pelota. Llegó un momento en el que firmar los penaltis era menos arriesgado que iniciar una jugada de ataque.

Cada minuto era un mundo, si bien los rojiblancos fueron dueños del primer tiempo, los verdiblancos reaccionaron tras el descanso y pusieron en serios apuros a la zaga rival. La rigidez de hombres como Fazio y Pareja, unido a las buenas intervenciones de Beto, dieron alas a un Sevilla que encontró en Alberto Moreno un auténtico puñal por la izquierda, un puñal que se clavó por dos veces en el corazón de los béticos, una por cada asistencia de gol que propinó.

La suerte estaba echada, y los aficionados, desde la grada, desde el bar o desde el salón de sus domicilios; rezaban lo que sabían. El sudor que recorría sus manos era fiel reflejo de lo mucho que había en juego. Ahora todas las esperanzas estaban puestas en dos hombres: Beto y Adán. En ellos y en los cinco valientes de cada equipo que no dudaron en cargar con la responsabilidad.

Falló Vitolo el primero, y luego nadie más lo hizo hasta el final. Hasta que N`Diaye estrelló su golpeo en el palo derecho de Beto, dejando a Rakitic la oportunidad de voltear el marcador. El capitán de Nervión no falló, y ahora la pelota estaba en el tejado de Nono, quien envío la pelota fuera y con ella los sueños de los aficionados béticos. Mientras una mitad de Sevilla lloraba desconsolada la otra explotaba de júbilo y de alegría. Los sevillistas tomaron el feudo enemigo, botando y disfrutando de su gesta.

La noche fue muy larga en la capital de Andalucía, para bien y para mal. Pero lo cierto es que ni había una forma más digna de caer ni una forma más épica de ganar. Sevilla tiene un color especial, y desde anoche, una página en el libro de las grandes batallas de la historia del fútbol que contar.

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