“Aquí hay que aplaudir, ¿no?”, pregunta un señor (unos 60 años) sentado en la butaca de delante. “Cuando salga mi niño sí”, responde una señora de la misma edad, sentada a mi derecha. Parece que estoy junto a los familiares de uno de los dos actores de la nueva obra de Sala Cero Teatro, Se alquila sofá-cama, de uno de esos dos perdedores (no sólo inmobiliarios) que nos alejarán del mundo durante la próxima hora.

Clara Morales. Alfonso (José Mª Peña) y Bienvenido (Elías Sevillano) forman parte de esa generación de ‘jóvenes-aunque-sobradamente-preparados’ que se han visto a sí mismos pasando penurias que nadie les había prometido. La diferencia es que estos no son personas reales, sino personajes de ficción. Por eso sus problemas van más allá de llegar a fin de mes: un críptico inquilino ruso al estilo Schwarzenegger, una novia ausente, una entrevista de trabajo por duplicado.

El minúsculo apartamento que comparten los protagonistas es el lazo que une esta obra con la realidad. Porque este no es un texto social, pese a las apariencias. Es comedia pura y dura. Con personajes que rozan el ‘clown’, guiños escatológicos y un vestuario de risa.  Juan Alberto Salvatierra, el autor de la obra, se apoya también, para dar con el humor, en ‘temas monologueros’. Las frases recurrentes de los padres, las relaciones de pareja, la odisea de un informático que arregla ordenadores en una facultad de letras.

La escenografía, nada sencilla pero acertada, acompaña a estos dos perdedores. También la música, aunque se parezca sospechosamente a las armonías vocales de una conocida y ya desaparecida serie de televisión española. Hay carcajadas, sí, aunque quizás menos de las deseables. Han presentado al público una comedia, sin matices, y el público pide una comedia.

No obstante, la Sala Cero está llena, y seguramente lo estará también mañana. Alfonso y Bienvenido seguirán luciendo sus pintas de ‘nerds’ desnortados, provocando algo de lástima en un público que quizás se vea reconocido en estos dos inadaptados a los que todo les sale mal. Tras los saludos, bajo la luz que descubre al público, el señor que se sienta delante de mí concede “Bueno, pues nos hemos reído”. La señora de mi derecha se alza para ver si sale “su niño” y asiente: “Sí, nos hemos reído”.

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