En esta reseña se exponen algunos aspectos temáticos fundamentales de Exhumación, la primera novella de Luna Miguel y de Antonio J. Rodríguez, poniéndolos en relación con la corriente decadentista finisecular como más claro antecedente.
Javier Gato. La poetisa Luna Miguel y el crítico literario Antonio J. Rodríguez, que ejerce su labor en la prestigiosa revista literaria Quimera, ambos con veinte y veintitrés años de edad respectivamente, han dado a luz hace poco tiempo el fruto de una obra engendrada a cuatro manos, publicada bajo el sello de Alpha Decay en su colección Alpha Mini.
Al margen de lo anotado por algunas reseñas anteriores, yo me quiero detener en la recuperación que hacen nuestros jóvenes autores de un género formal olvidado: la novella italiana procedente de Boccaccio. Este género, compuesto por novelitas cortas que hoy día clasificamos como «relato» o «cuento», tuvo un auge significativo durante nuestro Siglo de Oro, siendo las Novelas ejemplares de Cervantes la expresión más conocida -y conseguida- de esta corriente.
Las andanzas y desventuras de Amanda y Djuna por el Madrid nocturno me recuerdan mucho a las experiencias de Rinconete y Cortadillo en la Sevilla de la Edad de Oro. Sin embargo, han pasado cuatro siglos desde entonces, así como varias revoluciones y crisis, y sería muy limitado este análisis si quisiera equiparar a los dos pícaros con las dos modernas. Y es que, si bien en el submundo hampón de Monipodio las acciones vienen motivadas primordialmente por el vacío de estómago, los habitantes de Rostro Expresivo adolecen de un vacío mucho más desolador y que el progreso material y tecnológico no ha logrado frenar: un vacío que anida en el interior.
La voz narradora insiste precisamente en la vanidad de las modas cambiantes y de los supuestos adelantos, pues tras todos ellos siempre se acaba uno topando, en el 2009 como en la Edad Media, con el mismo conflicto: «las Guerras entre Hades y Eros». De todos los progresos sociales y culturales, de aquellos metarrelatos de bienestar en los que creían aún nuestros padres, sólo queda ahora «un Armagedón Sentimental». «Mens sana in corpore DETRITUS», dicen Luna y Antonio. Ya no nos queda nada por inventar, y toda pretendida novedad no es sino vanidad y dar caza al viento. La única alternativa para el hombre actual consiste en exhumar el cuerpo palpitante de un conflicto milenario.
Djuna y Amanda constituyen dos figuras opuestas. Para empezar, porque a mi juicio es solamente Djuna, la voz narradora, el único personaje redondo, complejo, de la novella. Amanda queda siempre desdibujada entre vaporosas imágenes de idealidad, reduciéndose a un puro arquetipo que oscila muchas veces entre el de la mujer hermosa y frágil de los prerrafaelitas y el de la mujer fatal, la mujer-vampiro (de «lesbovampirismo» se llega a hablar en Exhumación) de los decandentistas. Incluso cuando al final de la novella se habla de la historia de Amanda, ésta se halla salpicada de tópicos y fórmulas tan propios del relato mitológico, además de estar narrados por un personaje mítico y en el contexto casi ritual de una alucinación, que la joven no deja de ser mirada «desde abajo», al decir de Valle-Inclán.
La comparación que establece Ana Gorría entre Amanda y Helena de Troya resulta totalmente acertada. Amanda carece de una psicología bien definida, y sólo podemos conocer detalles de su actitud y de su pensamiento a través de la visión, siempre idealizada o, mejor dicho, mitificada, de Djuna, quien no tiene inconveniente en referirse a veces a su pareja con el hierático «Ella«. Por otra parte, Amanda es, al igual que Helena, la mujer fatal que no solamente hunde en la desgracia a quienes idolatran su belleza, sino que también termina siendo víctima de su amargo don. El hecho de que Amanda sea modelo refuerza esta hipótesis de «visión desde abajo» y a la vez, hemos de tener en cuenta que el estereotipo de la modelo cumple en nuestros días la misma función que en el Modernismo cumplía el estereotipo de la cortesana o, en nuestra subliteratura nacional (véanse las novelitas de Antonio de Hoyos y Vinent o de Álvaro de Retana), el de la cupletista.
El pensamiento imperante en todo el libro hunde sus raíces en el espíritu modernista. En cada página nos encontramos grupos esperpénticos, muy similares al «coro modernista» de Luces de bohemia de Valle-Inclán, caracterizados por la pose continua y la frivolidad, la extravagancia y la pedantería como vías de escape del horror vacui. Este esteticismo exagerado, común a los jóvenes del Modernismo fervientes de épater la bourgeoisie a cada momento, se resume en la frase «Querida, no puedes seguir siendo profunda sin superficie». Esta era precisamente la meta de los movimientos artísticos englobados dentro del Modernismo: renovar las formas de expresión poética, hacerlas sublimes, preciosistas -a menudo incluso pastelosas y desagradables-, con tal de poder lograr la tarea imposible de atrapar a la Idea en la imprecisa forma del lenguaje.
El esteticismo perfeccionista y frío que había cultivado el Parnasianismo dio un paso adelante cuando los artistas declararon, no sólo la importancia del arte en la vida, sino la supremacía absoluta de los principios estéticos por encima de cualquier criterio moral: aquí se inicia el Decadentismo. Efectivamente, en Exhumación Djuna nos narra perpleja cómo todos los valores humanos han caído, incluso el sentimiento de duelo por la muerte de un padre, y la juventud se mueve poseída por una noción de esteticismo mal entendido que cae de lleno en la frivolidad y en la estupidez. Incluso a veces hallamos detalles de esteticismo perverso, como la escena erótica en que Djuna habla de la «deliciosa orina» de Amanda.
Las cualidades de los individuos que pululan por las calles y discotecas de Exhumación se reducen a estar delgada (como las anémicas bellezas modernistas), vestir estrambóticamente para épater le bourgeois (se habla de disfraces, y no de ropa) y comer en los restaurantes recomendados en el blog de algún arbitro de la elegancia capitalina. La sofisticación y exotismo de las prendas de vestir (qué parnasiano me resulta el sintagma «peinados dieciochescos […] mayestáticos, cortesanos»), de los alimentos que se consumen, de la música que se escucha, no logran disimular -como tampoco lograban disimularla las princesas de Rubén Darío- la profunda crisis de valores que atenaza al hombre en un mundo de vertiginosos cambios, incontrolable, carente de esencia, donde todo -en especial los sentimientos- está condenado a decaer. ¡Cómo se parecen por dentro estos jóvenes de Madrid a Dorian Gray, a Jean Floreissas des Esseintes! Todos ellos, al fin y al cabo, se encuentran rodeados de tantos estímulos, de tantos cambios, de tantas novedades, que al final acaban aburridos de todo. Y de sí mismos.
Y por fin la discoteca como escenario ritual. La crepitante pista de Rostro expresivo. No es éste el lugar para hablar de este motivo literario en relación con los poemas de Diario de un gato nocturno, relación que los críticos han sabido omitir muy bien a pesar de que los propios autores han reconocido este antecedente. Hastiados de un mundo en pleno progreso material pero sin porvenir espiritual, e inconscientemente sedientos de una respuesta trascendente, mística, opuesta a un mundo sin otra fe que en la tecnología y en las leyes de mercado, los jóvenes de Exhumación marchan en procesión a autoinmularse, a destruirse para poder purificarse, en un sacrificio ritual que tiene lugar dentro de los muros de la discoteca, un microcosmos con leyes y jerarquía propias.
La muchedumbre casi sobrenatural de criaturas que se mueven al unísono, irracionalmente, al conjuro de los ritmos que arranca de sus platos el dj, es una nueva versión de aquellos demonios que en la Introducción a El diablo mundo de José de Espronceda exclaman: «que hoy su triste cárcel quiebran / libres los diablos en fin, / y con música y estruendo / los condenados celebran, / juntos cantando y bebiendo, / un diabólico festín». Y Stress, de Justice. ¡Cuánto nos recuerda esta música, «creada por el mismo diablo», a la Noche en el monte pelado de Mussorgski y a la Danza macabra de Camille Saint-Saëns! ¡Cuán lejos está la Música nocturna de Madrid de Boccherini, cuando todos los males se podían arreglar con un informe de Jovellanos!
En medio de este microcosmos, el DJ-Demiurgo. El buen Dios del cristianismo sustituido romántica -y satánicamente- por el Dios de la Crueldad, por el mismo Mefistófeles («los convencionalismos románticos», dicen Luna y Antonio). El dj no es solamente «el Rey de Todo Esto», sino también una metáfora de Dios, que teje una música cósmica capaz de dar vida a los seres. Pero no un Dios «todo bondad», sino dionisíaco, pánico, fuente también del crimen, de los excesos y del frenesí.
El pinchadiscos de Exhumación no se limita a presidir desde lo alto el baile extático de sus criaturas, sino que interviene diabólicamente en la relación de Amanda y de Djuna. El pacto que la sobrenatural Amanda ha hecho con Mefistófeles para estar por siempre enamorada de Djuna -es decir, para dejar de ser belleza vana y volverse humana- nos remite a la literatura de pactos con el diablo, desde el mito romántico de Fausto hasta el finisecular de Dorian Gray, y en él radica, junto con la subversión dionisíaca de Dios antes comentada, el satanismo de la novella, del que tanto se ha hablado.
Para concluir, me resulta cautivadoramente interesante la ambigüedad en que se desarrollan los últimos momentos de la trama. Sabemos que Djuna se ha drogado a instancias de Amanda, por lo que a partir de este momento, jamás sabemos a ciencia cierta si las cosas que ve y escucha el personaje están ocurriendo realmente. El dueño de la discoteca proyectado holográficamente en la pista, que ha arrebatado titánicamente a Dios el don de la ubicuidad; Mefistófeles pinchando un disco de oro; el relato sobre los orígenes de Amanda; las desapariciones en la discoteca… ¿Son reales, o producto de una alucinación? Esta pregunta no conduce a otras: ¿son reales las vidas que llevan los habitantes de Rostro Expresivo, o pura vanitas barroca que da la espalda a un mundo exterior de frío utilitarismo y de muerte del espíritu en favor de la tecnología?
La vida moderna sería un sueño, pues, o más bien una alucinación extática. Y el mundo, un gran teatro con un cementerio tras las bambalinas. Y todos dan la espalda a este cementerio. Sedientos de esteticismo y extravagancia. Dispuestos a atacar a la decadencia con más decadencia:
«Todos quieren entrar aquí.
Donde los planteas
se alinean».
Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez, Exhumación, Barcelona, Alpha Decay, 2010
