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Pocos se atreverían a admitir lo que manifiestan con su actitud; esto se acaba. Se acababa cuando La Paz abrió la puerta, pero tal vez sea en la jornada del Viernes Santo cuando se toma conciencia de ello.

Trazamos un curioso puente de jornadas entre el Jueves, la Madrugá (reivindiquemos este nombre propio) y el Viernes Santo. Cada cual se compone sus horas de reposo y cofradías, buscando la combinación más equilibrada entre las fuerzas, las ganas y lo deseado. Este Viernes Santo ha reflejado como cada año, la bajada de público en las calles en comparación con días anteriores, pero no si la trasposición se hace con años anteriores; de hecho, pocas veces se vive una jornada como esta sin el temido riesgo de lluvia y sin un frío que haga estremecerse y temblar a las figuras de La Fé o La Verónica de la hermandad de Montserrat. 

Quizás este atipismo climatológico sea el que pobló nuestras calles de acentos venidos de la provincia o el oriente de la comunidad, colonizando en cierta manera un día que antes parecía ser algo así como un patrimonio de los sevillanos más resistentes.

Pocas veces las magníficas túnicas de la Carretería resultan tan calurosas, y bendito tiempo que nos deja espacio para pensar en otras cosas, como los atuendos del público. En este sentido, dos ejes podrían analizarse. El luto parece que se pierde, o que a algunos no les interesa. No me malinterpreten, esto es una conjunción de aspectos múltiples, y la estética no se queda fuera de la ecuación precisamente. Por otra parte, las mantillas. Tras la abundancia que empieza a dejarse ver en la jornada del jueves, aún no parece que muchas mujeres se animen el viernes. De hecho, mejor no comentar las dos únicas que ví, incumplían en casi todo el protocolo.

También se mantuvo la tónica de los retrasos, entrando el palio de La O en su templo con cerca de cincuenta minutos de demora. Incidentes varios en La Mortaja que también propiciaron el retraso de la cofradía y una anécdota en El Cachorro que no reproduzco por desconocer su veracidad, pusieron el contrapunto a una jornada pletórica donde se podía encontrar lo que se buscaba: sobriedad castellana pasada por el sevillano tamiz en Montserrat, el inconfundible aporte de Antonio Bejarano en la Virgen del Patrocinio, el cuidadísimo repertorio de La Soledad de San Buenaventura, barroco en La Mortaja, romanticismo carretero… La gente se apostó en la Magdalena para recibir doble ración trianera y es este apostamiento el que a veces maravilla y a veces preocupa, sobre todo por la suciedad en que termina derivando.

Todo acaba de la forma más sutil, mientras Gregorio Serrano amenaza con prohibir las sillitas en vista del inexistente efecto que han producido sus pedagógicas señales.

La luna brillaba en Triana mientras un expirante Cristo resumía tantas cosas de una semana eterna y fugaz.. Los naranjos no se resignan, no se rinden, continúan aliándose con el incienso para alimentar nostalgias futuras. Algunos nuevos debates quedan en el aire; militares, cofradías, puede que la misma cara de monedas distintas, puede que un encuentro lógico como el oro y la plata en el palio del Loreto…

Los corrillos comentan todo lo ocurrido la noche anterior, y no es para menos. El Viernes Santo se escapa tranquilo y yo siempre pensaré que no todo el mundo valora esta jornada en lo que vale, valga el pleonasmo, pero quizás en esta paradoja, resida su grandeza.

Galería de imágenes del Viernes Santo

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Imágenes de: Miguel Arco, Laura Contreras, Carlos Álvarez, Jose Carlos González, Mercedes Serrato, Álvaro Ballén, Álvaro Ceregido y Candela Vázquez.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...