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Pulseras ‘Power balance’ que “ayudan al sistema nervioso, produciendo equilibrio y elasticidad”. Dietas milagro, como la famosísima dieta Dukan.

Mantas que protegen a los bebés de las radiaciones emitidas por móviles y dispositivos electrónicos. Sanación cuántica. Cosmética genómica. La astrología, la homeopatía, el reiki o el psicoanálilsis.

Ejemplos de pseudociencias aceptadas por la sociedad hay decenas. La estrategia es muy clara: usanterminologíacientífica, aseguran beneficios increíbles – aunque sin ninguna base experimental que los respalde – y una estrategia de marketing tremendamente agresiva que en muchas ocasiones se vale de la imagen de personajes famosos, como Penélope Cruz en el caso de la dieta Dukan, o Cristiano Ronaldo en el caso de las pulseritas. 

No está de más saber que, por ejemplo, la empresa que vendía las pulseras ‘Power balance’ quebró tras ser condenada al pago de indemnizaciones millonarias acusada de fraude, o que Pierre Dukan fue expulsado en el año 2014 del colegio de médicos francés por hacer promoción comercial de un régimen alimenticio que, en opinión de médicos y nutricionistas, puede provocar importantes desequilibrios nutricionales.

No creo que les importara demasiado, ya se habían hecho multimillonarios. Quizás estéis pensando, “bueno, ¿y qué? No es tan grave”. En realidad hasta aquí podríamos decir que no. Cada uno es libre de engañarse a sí mismo como considere oportuno y de gastarse su dinero como crea conveniente. Los hay que se pagan un viaje a Lourdes y los hay que se gastan el dinero en libros de dietas estupendas, pulseritas mágicas o cremas faciales que rejuvenecen tu ADN.

Al fin y al cabo, en ocasiones los seres humanos tendemos al autoengaño para sentirnos mejor con nosotros mismos. No dista mucho de la sensación de bienestar después de comprar un par de zaparos caros, o de leer el horóscopo a primera hora del día y que diga que todo va a ir genial o vas a conocer al amor de tu vida.

Sin embargo, la cosa cambia cuando fundamentos pseudocientíficos comienzan a condicionar la conducta de las  personas en aspectos relacionados con la salud. Recientemente han salido a la luz distintas noticias que deben hacernos encender el piloto naranja de alerta, y en ocasiones la luz roja de peligro. Corrientes de opinión que cada vez consiguen más adeptos y que, sin duda, pueden llegar a suponer un riesgo para la salud de las personas: me refiero a los movimientos antivacunas y las terapias naturales o alternativas.

La muerte el pasado verano en Olot de un niño enfermo de difteria fue portada en todos los medios informativos. Sus padres declararon que su hijo no estaba vacunado, porque hicieron caso a aquellos que promueven de manera irresponsable la no vacunación de los niños. Enfermedades como el sarampión vuelven con fuerza, como ha ocurrido con el reciente brote detectado en California – EE.UU declaró el sarampión erradicado en el año 2000 -.

Es cierto que en contadas ocasiones una vacuna puede producir algún efecto adverso no deseado y de manera aislada. Pero cuestionar la eficacia de la vacunación, cuando está demostrado que evita entre 2 y 3 millones de muertes al año, me parece del todo fuera de lugar. Además, de nuevo no está de más saber que el movimiento antivacunas nació a partir de un estudio publicado en 1998 por Dr. Andrew Wakelfield en la revista The Lancet, en la que aseguraba que la vacuna triple vírica (rubeola, sarampión y paperas) estaba asociada a la aparición de autismo.

El estudio fue retirado posteriormente por la propia revista al quedar demostrado que era fraudulento, y además se pudo comprobar que el Dr. Wakefield tenia intereses económicos que le llevaron a mentir intencionadamente, motivo por el cual fue expulsado del colegio de médicos británico. Sin embargo pocos conocen estos hechos, y los convencidos padres antivacunas seguirán – porque de momento la ley se lo permite – sin vacunar a sus hijos, con el consiguiente riesgo para ellos, y para el resto de personas que les rodean.

¿Y qué ocurre con las denominadas terapias naturales o alternativas? Esas que aseguran curar enfermedades como el cáncer mediante hierbas, extractos de plantas o cócteles de vitaminas. De nuevo, en numerosas ocasiones este tipo de terapias se benefician de personajes famosos que les sirven de escaparate.

Un ejemplo lo encontramos en el del actor Charlie Sheen, quien recientemente ha reconocido estar infectado por el virus de la inmunodeficiencia humana o VIH. En una entrevista, el propio actor reconoció que durante semanas abandonó su tratamiento contra el SIDA para probar una terapia “alternativa” en México. Por lo menos, en este caso el protagonista lo ha hecho público, destacando que el tratamiento no sirvió de nada y puso su vida en peligro. Desgraciadamente no siempre es así.

Otro caso muy conocido es el de Steve Jobs. Fallecido en 2011 a causa de un cáncer de páncreas, el fundador de Apple se declaraba abiertamente en contra de los tratamientos convencionales. Según su propia biografía, rechazó la cirugía y en lugar del tratamiento convencional, siguió una terapia a base de productos naturales y sesiones de espiritismo. 

Si bien, la mayoría de las veces los afectados son gente anónima que terminan confiando en “especialistas” en pseudoterapias. Aunque mejor los podríamos llamar como lo que son: curanderos y estafadores. Un ejemplo estremecedor lo encontrábamos hace unos pocos días en una entrevista en el diario El País. En ella, Julián Rodríguez cuenta como su hijo de 21 años se dejó engañar por uno de estos personajes. Murió de leucemia en 2014, después de gastarse más de 4000 euros.

Cada uno es libre de creer en lo que quiera. ¿Crees en Dios y rezar te hace sentir mejor?, perfecto. ¿Crees que tu signo del zodíaco determina tu vida, tu carácter, tu forma de ser?, genial. ¿Estas convencido de que las pirámides de Egipto las construyeron extraterrestres?, venga, vale.  Pero ¡ojo! , cuidado con creer en magias y mentiras cuando se trata de la salud. Porque es cierto que el cáncer es una enfermedad terrible.

Es verdad que los efectos secundarios de la quimioterapia y la radioterapia pueden ser realmente duros y desagradables. Pero es incuestionable que, a día de hoy, son el único tratamiento efectivo, demostrado con hechos y datos científicos. Algunas pueden servir de complemento a la terapia convencional, pero nunca sustituirlas. Todo lo demás es propaganda de la mala. Mala y cruel. Tremendamente cruel, porque se beneficia del miedo y la desesperación de aquellos desafortunados que se ven obligados a enfrentarse y a luchar contra este tipo de enfermedades.

La ley me obliga a escolarizar a mis hijas. Muchas leyes limitan mi libertad individual en aras de la seguridad general y de la mía propia.  Me protegen obligándome a llevar casco cuando voy en moto. Nos protegen a todosprohibiéndonos beber alcohol antes de conducir. Me obligan a llevar casco si trabajo en una obra, y así un largo etcétera. Entonces…

¿Para cuándo una actuación firme del gobierno en contra de estos charlatanes? ¿Cuándo protegerán a las personas que por incultura, miedo o simple desesperación, abandonan las terapias convencionales – subvencionadas por la sanidad pública – para abrazar falsas terapias alternativas que les termina costando el dinero y en ocasiones, la vida?