Fue quizás lo desapacible del tiempo el fin de semana la razón por la que pocos se acercaron el domingo al Teatro Central: ‘Testigos ordinarios’ (‘Des témoins ordinaires’), concepto y coreografía de Rachid Ouramdane, danza contemporánea sobre la identidad y la tortura sufrida por personas en países en guerra o bajo dictaduras.

Miguel Ybarra Otín. Toda la escena queda aquí al servicio de esa idea. El espectáculo comienza en la oscuridad, donde una voz tranquila nos narra esa dura experiencia vivida: lo hace sin lágrimas ni sollozos, calmadamente, en la misma forma en que transcurren después las coreografías: una mirada analítica, reflexiva, sin violencia, en paz.

El ritmo es lento; la música, oscura, monótona, algo melancólica y muy envolvente, pues explicado ya el concepto, sonido, bailarines e iluminación confluyen más hacia nuestros sentidos, nuestras sensaciones: los cinco intérpretes caminan ausentes por el escenario, sin rumbo fijo ni interacción. Algún abrazo después se muestran ellos como magníficos contorsionistas: sus cuerpos se retuercen y adoptan posturas que retratan el dolor con trazos limpios, pausados y elegantes.

Así va transcurriendo la obra cuando una de las bailarinas, la lituana Lora Juodkaité, hace suyo el escenario y regala una estampa inolvidable: gira sobre sí misma describiendo círculos en una secuencia impresionante, varios minutos y alrededor de 700 vueltas con total precisión en cada giro, un ritmo frenético envuelto en ese mar de calma, un cuerpo -como una peonza- dirigido por un brazo estirado y culminado por una melena rubia que es realzada por la iluminación lateral. Una maravilla.

Al concluir sus interminables giros, la intérprete queda quieta en un punto y vuelve a caminar por el escenario junto a los demás, todos con el rostro invisible, como anónimos por esa iluminación bajo la que después, con las manos en el suelo, buscan la verticalidad y luego caen, se alzan de nuevo y vuelven a caer. Una y otra vez. Así termina la actuación de los intérpretes: Ouramdane cierra la obra volviendo a dar la palabra a los torturados, y así vemos el vídeo de una de las mujeres que ha entrevistado. Una mujer que llega a sonreír mientras nos transmite su vivencia, porque la vida sigue cuando aquí la luz se apaga.

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