Sin embargo, de otros, sólo sabía sus iniciales, hasta que supe sus nombres, y lo que es más, los de sus padres. Llegando ahí me dí cuenta porque al principio sólo supe sus iniciales. Siempre hubo clases claro, y llegado el caso, “mi hijo, mi pobre hijo es un chaval joven, que sale y tal, y bueno, mala suerte, la mala suerte, y los amigos esos que tiene y bueno, es joven, un error lo tiene cualquiera; no como ese, que es un pandillero y un mal nacido, un asesino sin escrúpulos, no como mi pobre hijo…Ojalá que a ese lo condenen a todo lo condenable, a cadena perpetua, y si hace falta firmo para que vuelva el garrote vil, que será por firmar…”.
Y es que es un gran error creer que la vida de unos vale más que la de otros, pero es un error más grande ajustar ese precio a etiquetas sociales. Los delitos son delitos, independientemente del colegio al que vayas, la profesión de tus padres o la marca de tu ropa. Igual respeto merecen unos y otros, pero tal vez nos estamos pareciendo a los Estados Unidos, dónde tenían una especie de refrán que venía a decir “La justicia es para todos, pero ¿cuánta justicia se puede pagar usted?”.
Por lo visto la repercusión mediática, y el anonimato en prensa también tenían un precio, como cuando aquel insigne cofrade fue denunciado por abusar de una menor, igualito que aquel farmacéutico de Villegas, que como cofrade no sé si sería, pero insigne no, al día siguiente tenía publicada su vida y milagros en todos los medios locales.
Y no es que tenga una fiebre sensacionalista, y quiera ver publicados los nombres y las miserias de todos, sólo me hizo reflexionar ese hecho, y pensar que tal vez, preferiría en todos los casos, conocer sólo las iniciales.