Entre avenidas sombreadas, fuentes ornamentales y el eco de los carruajes, el Parque de María Luisa sigue siendo uno de los lugares más bellos y queridos de Sevilla. Inaugurado hace más de un siglo, este pulmón verde fue un regalo de la infanta María Luisa Fernanda de Borbón y hoy es un símbolo de la ciudad, un refugio donde el tiempo parece detenerse entre naranjos, palmeras y estanques con patos.

Sus senderos, diseñados con gusto romántico por el paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, combinan jardines exóticos, glorietas dedicadas a poetas y monumentos de la Exposición Iberoamericana de 1929. Cada rincón parece tener su propio carácter: desde la Glorieta de Bécquer, con sus figuras de mármol y su aura melancólica, hasta los bancos de cerámica que rodean la Plaza de España, donde los visitantes se sientan a descansar entre mosaicos que representan las provincias de España.

Quienes lo visitan coinciden en su encanto. «Fantástico parque en Sevilla, verdadero pulmón verde y muy buen lugar para pasear y disfrutar de sus sombras y arboledas», escribe un usuario en Google. Otro destaca que es «un paseo por la bonita Andalucía, englobando todas las provincias en un entorno único». Hay quien lo define como «una visita obligada, solo o en pareja», y quien confiesa que «volverá siempre que vuelva».

La belleza del parque no solo se mide en su historia, sino en las sensaciones que despierta. «Es precioso, con un montón de tipos de flores. Tiene muchos árboles para ir por la sombra», señala otra reseña. Y no faltan los que recomiendan recorrerlo en coche de caballos: «Una experiencia inolvidable. Paco y su yegua Fábula nos llevaron entre buganvillas y monumentos de la Expo del 29».

Cada primavera, cuando florecen los naranjos y el aroma a azahar inunda los paseos, el Parque de María Luisa se transforma en un pequeño paraíso urbano. Familias, turistas, deportistas y curiosos comparten espacio bajo su vegetación centenaria, entre estanques, aves y reflejos dorados de atardecer.