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En la Isla de la Cartuja, uno de los espacios más emblemáticos de la Expo ’92, se conserva un edificio singular que destaca por su forma en X. Se trata del antiguo Pabellón de México, una construcción que simbolizaba el encuentro entre dos mundos y que, más de tres décadas después, sigue en pie aunque sin uso definido en Sevilla.
El inmueble fue diseñado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, responsable de obras tan reconocidas como el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México. Su planta en forma de X representaba el cruce de caminos entre América y Europa, y al mismo tiempo hacía alusión a la letra distintiva del nombre de México.
Durante la Exposición Universal de 1992, el pabellón se convirtió en uno de los más visitados. En su interior albergaba exposiciones sobre arte contemporáneo, arqueología, biodiversidad y cultura popular, además de espectáculos y gastronomía tradicional.
La distribución del edificio, con cuatro alas que convergen en un espacio central, reflejaba el concepto de encuentro cultural y tecnológico que presidió la muestra. En el exterior, su estética recordaba a los templos mesoamericanos, con líneas inclinadas, relieves y tonos terrosos que evocaban el paisaje del país.
Tras la clausura de la Expo, el edificio quedó sin un uso estable. A lo largo de los años se han propuesto distintos proyectos para su recuperación —como centro cultural o espacio universitario—, pero ninguno ha llegado a concretarse.
Pese al abandono parcial, el edificio mantiene su estructura en buen estado, aunque presenta signos de deterioro por la falta de mantenimiento. Su singular diseño y su simbolismo histórico han hecho que sea objeto de interés para fotógrafos, arquitectos y asociaciones que reclaman su conservación.
Muy cerca del pabellón aún se conserva otro vestigio de la relación entre México y Sevilla: un cactus sahuaro de más de 1.500 años, traído desde el desierto de Sonora para la exposición y que todavía se mantiene en pie.
El Pabellón de México es hoy uno de los edificios más reconocibles de la antigua Expo ’92 y uno de los pocos que conserva su forma original. Aunque no está en riesgo de derrumbe, su falta de uso y de protección específica lo sitúan en una situación de incertidumbre patrimonial.
Treinta años después, el edificio en forma de X sigue siendo un símbolo del legado internacional que dejó la Exposición Universal en Sevilla y un recordatorio del diálogo entre culturas que la inspiró.
