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A medio camino entre las marismas del Bajo Guadalquivir y los campos de Utrera se encuentra Pinzón, una pedanía de Sevilla diminuta que parece haberse detenido en el tiempo. Con poco más de 400 habitantes, este núcleo rural mantiene intacto el espíritu de las aldeas andaluzas de antaño, donde todos se conocen, las puertas permanecen abiertas y las fiestas se viven en comunidad.
Aunque pocos sevillanos sepan ubicarlo en un mapa, Pinzón tiene historia, identidad y hasta sus propias reivindicaciones. Depende administrativamente del Ayuntamiento de Utrera, pero sus vecinos defienden con orgullo su carácter independiente. Rodeada de tierras de cultivo y humedales, la pedanía se asienta en una zona que en tiempos fue paso de ganado y punto de conexión entre las antiguas marismas y las tierras altas del Aljarafe.
Durante años, una de sus grandes batallas fue el mal estado de la carretera SE-9020, su única vía de acceso. Tras muchas peticiones vecinales, el Ayuntamiento de Utrera culminó en 2025 el arreglo y asfaltado del tramo, una mejora celebrada como una pequeña gran victoria para un pueblo acostumbrado a pelear por ser escuchado.
Pero Pinzón no solo vive de reivindicaciones: también de fiestas. Su feria local, celebrada cada verano, es el acontecimiento del año. Durante varios días, el poblado se llena de farolillos, música, procesiones y concursos tradicionales. Entre los momentos más esperados está la procesión de Nuestra Señora de las Marismas, que recorre las calles de tierra entre olor a albahaca y cantes improvisados, recordando que la devoción sigue siendo el corazón de la vida rural.
En los últimos años, la pedanía también ha sido escenario de debates medioambientales, como la tala de eucaliptos o las mejoras en el sistema de aguas pluviales. Pequeños temas que, sin embargo, reflejan una realidad muy presente: la de los pueblos que, aunque pequeños, saben hacerse oír y mantener su modo de vida frente al paso del tiempo.
Hoy, Pinzón se reivindica como uno de esos lugares que no aparecen en las guías turísticas, pero que definen la verdadera Andalucía rural: tranquila, trabajadora y con un fuerte sentido de comunidad. Un rincón escondido entre campos, donde cada esquina guarda una historia y cada vecino, un saludo.
