Monasterio Santa Inés Valle

En Écija, conocida como la «ciudad de las torres», se alza un monumento que guarda siglos de historia y que, sin embargo, hoy lucha contra el olvido: el Real Monasterio de Santa Inés del Valle. Fundado en 1487 y habitado desde entonces por monjas clarisas franciscanas, este convento forma parte desde 2013 de la Lista Roja del Patrimonio elaborada por Hispania Nostra, donde figuran los bienes culturales en riesgo de desaparecer.

A simple vista, su sobrio exterior barroco puede engañar al visitante, pero tras los muros se esconde un tesoro artístico. La iglesia, levantada en el siglo XVII, cuenta con una nave única cubierta por bóvedas de cañón y decoraciones pictóricas que representan escenas marianas y franciscanas. En el presbiterio destaca una cúpula de media naranja, y en el coro aún resuenan los ecos de la vida monástica que durante más de cinco siglos ha dado sentido a este espacio.

El verdadero corazón del convento es su claustro, que durante siglos fue lugar de convivencia y recogimiento. Hoy, sin embargo, se encuentra en un estado muy delicado: las estructuras están apuntaladas para evitar derrumbes y los signos de deterioro son visibles. Hispania Nostra advierte que el conjunto necesita una intervención urgente para garantizar su conservación, pues la falta de recursos ha impedido frenar el deterioro de algunas de sus partes más valiosas.

Lo paradójico es que, pese a su situación, el monasterio sigue vivo. La comunidad de clarisas que lo habita mantiene las tradiciones, entre ellas la elaboración de dulces conventuales, y conserva la espiritualidad que impregna cada rincón. Visitar su iglesia los domingos permite asomarse a un espacio que parece detenido en el tiempo, donde conviven la belleza barroca y las huellas del desgaste.

La inclusión de Santa Inés del Valle en la Lista Roja no debe entenderse como un epitafio, sino como una llamada de atención. Supone recordar que estos tesoros forman parte de la memoria colectiva y que su desaparición sería una pérdida irreparable para Écija y para Andalucía. Quizá, precisamente por su fragilidad, el monasterio se convierte en un lugar aún más fascinante: un testigo silencioso de la historia que espera una segunda oportunidad para brillar de nuevo.