En pleno corazón de La Campana, a medio camino entre la memoria y el olvido, se levanta el Convento de San Sebastián, una joya barroca atribuida a los hermanos Ruiz Florindo que hoy sobrevive a duras penas al paso del tiempo.

Construido sobre una antigua ermita dedicada al patrón del municipio, el edificio ha sido durante siglos centro de devoción, vida religiosa y también de identidad local. Sus muros guardan historias de procesiones, de Hermanas de la Cruz y de generaciones de campaneros que han visto en él un referente espiritual. Pero hoy, lo que más llama la atención no es su esplendor, sino las profundas grietas que recorren su estructura y que lo han colocado recientemente en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra.

Belleza entre ruinas

La iglesia, de cruz latina y capillas laterales, conserva bóvedas, frescos y yeserías que todavía dejan intuir la riqueza de un barroco sevillano inconfundible. Sin embargo, la humedad, la vegetación invasiva y los años de falta de mantenimiento han deteriorado gran parte de su interior. Pasear frente a su portada es descubrir un contraste inquietante: la majestuosidad del diseño y la fragilidad de un edificio al borde del colapso.

Un patrimonio sin protección

Aunque se reconoce su valor artístico, el convento no cuenta con protección específica autonómica o estatal, lo que dificulta la llegada de fondos para su restauración. El inmueble es de propiedad municipal, tras una cesión del Arzobispado, pero las intervenciones se han limitado a actuaciones menores impulsadas por la escuela-taller local.

El riesgo de perder un símbolo

La situación ha encendido las alarmas entre quienes ven en este convento algo más que un edificio: un símbolo de la historia y la memoria colectiva de La Campana. Si no se actúa pronto, parte de su estructura podría resultar irreparable, y con ella se perdería una pieza clave del barroco sevillano.

El caso del Convento de San Sebastián es un recordatorio de cómo los monumentos, más allá de su valor arquitectónico, son hilos invisibles que conectan a los pueblos con su pasado. Y a veces, esas grietas que asoman en sus muros cuentan más sobre nosotros que sobre las piedras que los sostienen.