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En la barriada de La Pañoleta, en Camas, se esconde un rincón donde la historia, el vino y el tapeo auténtico se dan la mano. La Bodega San Rafael, abierta como taberna desde principios del siglo XX y convertida en institución familiar desde 1947, es uno de esos lugares que parecen resistirse al paso del tiempo. Entrar allí es como abrir una ventana a la Sevilla de antaño: botas de vino, barra de azulejos, terraza bajo soportales y un ambiente donde lo castizo manda.
En San Rafael no hay camareros al uso: se pide en la barra, se recoge y se disfruta. Y es en esa barra donde reposan algunos de los grandes reclamos de la casa. Entre ellos, los chicharrones de Cádiz, una de esas tapas que por sí solas merecen la visita. Jugosos, bien aliñados y con ese punto de grasa que los hace irresistibles, se sirven en generosas lonchas que se convierten en el bocado perfecto para acompañar un vaso de vino de la tierra.Junto a ellos, no faltan las clásicas papas aliñás, chacinas, pringá o mariscos que completan una oferta sencilla, pero con el sabor de lo auténtico.
El otro pilar de la bodega son sus vinos. Allí reina la mistela, el moscatel de pasas y el popular ligaito (esa mezcla inconfundible de mistela con vino tipo solera que ha hecho historia en La Pañoleta). Son tragos que, combinados con una tapa de chicharrón, redondean una experiencia 100 % tradicional.
No es casual que la Guía Repsol la destaque como «Solete»: pocos sitios quedan que conserven esa estética y esa manera de entender el tapeo como algo colectivo, popular y cercano. La Bodega San Rafael es, al fin y al cabo, un lugar donde se mezclan generaciones de vecinos y visitantes que buscan lo mismo: un rincón auténtico donde el reloj parece ir más despacio.
