Feria de abril de Sevilla (1903).

La Feria de Abril de Sevilla, tal y como la conocemos hoy, tiene su origen en una iniciativa política con raíces medievales. Fue en 1846 cuando dos concejales del Ayuntamiento —el vasco José María Ybarra y el catalán Narciso Bonaplata, ambos sevillanos de adopción— propusieron recuperar las ferias que antaño disfrutó la ciudad. No era una idea caprichosa: ya en 1254, Alfonso X el Sabio había otorgado el permiso para celebrar dos ferias anuales, una en abril y otra en septiembre, apenas seis años después de la conquista cristiana de la ciudad.

La propuesta prosperó parcialmente. El Pleno del Ayuntamiento solicitó a la reina Isabel II autorización para organizar una única feria anual en abril, dejando la de septiembre en suspenso. Con el fin de no coincidir con la feria ganadera de Mairena del Alcor, se fijaron como días oficiales el 18, 19 y 20 de abril.

Así fue el origen de la primera Feria de Abril de Sevilla de los tiempos modernos. Fue aprobada el 18 de septiembre de 1846 e inaugurada el 18 de abril del año siguiente en el Prado de San Sebastián. Aquella edición contó con solo 19 casetas, pero fue un éxito rotundo, tanto de público como de actividad comercial. De hecho, en años sucesivos, los propios tratantes de ganado pedían mayor presencia policial, ya que, según relataron, los sevillanos con sus cantes y bailes entorpecían las negociaciones.

De feria comercial a emblema cultural

Lo que nació como un evento puramente económico fue, con el paso del tiempo, apropiado por el pueblo sevillano hasta convertirse en una de sus expresiones más representativas de alegría, identidad y color. A día de hoy, la Feria de Abril es una cita ineludible para locales y visitantes, que durante seis días al año se sumergen en una celebración tan intensa como universal.

A lo largo de los siglos, la Feria ha vivido momentos memorables y también adversos. En 1931, la proclamación de la Segunda República cogió a Sevilla con los farolillos casi colgados. El cambio de régimen obligó a sustituir a toda prisa las banderas monárquicas por republicanas. Aquella edición salió adelante gracias al esfuerzo de muchas mujeres sevillanas y a una inversión extraordinaria del nuevo Ayuntamiento: 13.250 pesetas en banderas.

Otra de las grandes crisis fue el incendio de 1964, aún en el Prado de San Sebastián. El fuego arrasó 67 casetas, dejó más de 50 heridos y causó la muerte de un anciano. Sin embargo, la ciudad respondió con una ola de solidaridad ejemplar. La Feria no solo no se suspendió, sino que las casetas se reconstruyeron en cuestión de horas. La fiesta continuó como si el propio júbilo quisiera contrarrestar la tragedia.

El traslado a Los Remedios y nuevas etapas

En 1973, la Feria se trasladó al barrio de Los Remedios. Curiosamente, la primera edición en este nuevo recinto se celebró en mayo, del 1 al 6, debido al calendario litúrgico. Para mitigar la incongruencia, se inauguró oficialmente a las 21:00 del 30 de abril. Las primeras sevillanas que sonaron en el nuevo recinto fueron cantadas por Naranjito de Triana, acompañado a la guitarra por José Cala «El Poeta».

En los años posteriores, siguieron sucediéndose anécdotas: en 1990, por ejemplo, la Feria se celebró sin caballos ni enganches por culpa de la peste equina. Fue la primera vez que el Real se vio privado de una de sus estampas más icónicas.

Desde su fundación, la Feria ha sobrevivido a guerras, crisis económicas, incendios, pandemias y vendavales. Ni siquiera la Guerra Civil pudo apagarla del todo, aunque estuvo suspendida entre 1937 y 1939. La voluntad de un pueblo por celebrar su fiesta ha sido más fuerte que cualquier adversidad.