Pablo de la Cruz acumula cerca de seis millones de seguidores en sus redes sociales. El de Coria del Río comenzó a subir videos a las redes en cuarentena y resultó que uno tras otro se iba viralizando. Al principio, su contenido estaba encasillado en el humor con temática escolar, pero ahora, como dice su biografía de TikTok, «no sé qué tipo de contenido creo, solamente creo». Él nunca buscó llegar a algo, ni siquiera podía imaginarlo, pero supo agarrar esa oportunidad y aprovecharla. «Me considero el influencer, no-influencer», asegura.
Sostiene que la clave de su éxito es la constancia, y que la suerte, «si no la trabajas, tal y como viene se va». Tampoco le gusta la fama, y, aunque afirma ser tal y como es en los videos, se considera una persona tranquila y familiar, a la que le costó asimilar el tema de que le pidan una foto por la calle, o que se le queden mirando. De la influencersfera tiene clara una cosa: «Los propios creadores de contenido están construyendo un mundo que está lleno de envidia», reconoce sin pelos en la lengua.
Lo que sí le gusta, y mucho, es Sevilla, por eso reniega de salir de ella por el momento. Igualmente, teme que se pierdan sus rincones, sus bares «de tapitas» y, en general, su esencia. «Estamos mostrando la ciudad como una atracción, como si fuera Isla Mágica». Lo mismo ocurre con la Feria de Abril. «Si desde que pones un pie en el Real, sacas el móvil para darle a grabar, tú has venido a crear contenido. Luego ves los vídeos y están más perdidos que el barco del arroz», bromea. Por eso, tiene claro que no enseñaría ningún sitio oculto de la ciudad, precisamente, para que siga siendo prácticamente desconocido.
Pablo de la Cruz se sienta hoy con Sevilla Actualidad en el Hotel Vincci Molviedro para contar los entresijos de su mundillo, la importancia que le da a los malos comentarios y cómo ha sido el desarrollo de su imagen en la red.
