Bonita y sencilla obra es ‘La charca inútil’, escrita por David Desola, dirigida por Roberto Cerdá e interpretada por Adolfo Fernández, Sonia Almarcha y Miguel Palenzuela el pasado viernes y el sábado en el teatro Lope de Vega. Miguel Ybarra Otín. Tres grandes intérpretes muy bien dirigidos, una historia sencilla pero con mucha reflexión, y una escenografía también sencilla, sin adornos, funcional: a la derecha el parque, en medio la mesa del salón y a la izquierda la habitación del niño -hijo de Irene, que ha muerto pequeño-.

En el parque se reúnen siempre a hablar dos profesores (Óscar -interpretado por Fernández-, deprimido tras la agresión de un alumno) y Hierofante (Palenzuela -mayor, ya jubilado, y que fue a su vez maestro del primero-). Y ocurre que el viejo consigue al más joven unas clases particulares que resultan ser a ese niño que ya no está, pero cuya ausencia su madre se niega a reconocer.

La función, entonces, depara momentos de tierna “locura” en las clases y en las conversaciones entre profesor y madre, que acaban citándose para una cena el día que el alumno “se va de excursión”. Vemos después que en el fondo de cada uno se halla la cordura, y que ésta sólo precisa de la comprensión y el apoyo del otro para volver con la seguridad, la confianza y la valentía que en el fondo cada persona tiene.

Una pieza al fin y al cabo, ‘La charca inútil’, sobre la locura como forma de escape de un mundo a veces muy difícil… que me lleva a recordar una fantástica frase de Woody Allen: “odio la realidad, pero es el único lugar donde te puedes tomar un buen filete”. Al fin y al cabo, aquí estamos y hay también cosas maravillosas. Por eso los personajes pueden querer escapar, pero por un rato, pues de repente aparece ese alguien… que les hace volver con fuerza (ese alguien que escucha y comprende, en la calle, o en el aula).

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