mercedes-serrato-10-octubre-2016

Mi amigo Manu vive ese incierto vértigo cada vez que lo traigo a estas páginas, que ya van unas cuantas. Salir en esta columna, por escaso que sea su público, puede ser ponerte en el foco de esos detractores que saltan al cuello a poco que me descuido.

En esta ocasión, este amigo, politólogo, leguleyo y de San Lorenzo, tiene que venir acompañado por fuerza de su compañero del alma, Pedro, de similar bagaje académico.

Andábamos en la casa de los andaluces en Madrid, que son esos establecimientos con cerveza de la tierra y gran gama de emparedados (quien quiera publicidad que consulte la tarificación), cerca de ese congreso que pese a que hace años albergó el resonar de los pasos de Clara Campoamor y Victoria Kent, aún continúa siendo nominalmente, de «los diputados».

Mi idea inicial era ir allí a ver si encontrábamos a Pedro Sánchez llorando desconsoladamente abrazado a una jarra de espumoso líquido dorado. Frustrado este propósito, hicimos lo propio, comer, beber, arreglar el mundo, desarreglarlo, hablar con la libertad del exilio de personas pintorescas sevillanas que, por mor de la distancia, no tendrían oídos asociados en mesas cercanas.

Con el coleto lleno y la amistad en buen grado de exaltación, íbamos a enmarcar nuestras finas estampas con el encuadre de los leones hispalenses, afín de tener un bello retrato conmemorativo del opíparo encuentro. Disponiéndonos a ello, de la nada apareció una reportera, micrófono en ristre, con la agilidad de una buena comercial, para que le respondiéramos unas preguntas sobre la situación política, ergo, la falta de gobierno.

Entre risas le dije que había dado con un filón, pues estaba allí lo más granado de la analítica política emergente; en alusión a mis amigos, claro está. Pero no hubo escaqueo posible, no se conformó con un único entrevistado. Manu habló y habló, asombrando a la periodista y desplegando hacer comunicativo.

A mí me pillaron a desmano, como cuando de pequeña te ponían la inyección sin que lo esperaras. Escueta, sincera… Pedro se resistió, pero la enviada de Antena 3 cambió el fondo y le hizo las últimas preguntas. Parecía haber encontrado el tesoro del Cerro Rico del Potosí, con nuestra verborrea sevillana y cierta locuacidad como para ventilar el reportaje en un abrir y cerrar de ojos.

Nos emplazó a vernos esa noche a las nueve, ahorrándonos esa pregunta tan popular entre las señoras mayores a las que entrevistaba la intrépida Eva María Macías en el extinto Canal 47: «Niña, y esto ¿cuándo sale?».

Nos estuvimos riendo bastante rato, por lo surreal que había sido todo, porque nadie le hizo una foto a Manuel siendo entrevistado, porque no íbamos a estar esa noche cerca de una tele para vernos opinar para España y la humanidad… Posteamos, avisamos a gente, y nos reíamos al recordarlo, aguardando ver como saldríamos.

Pero no salimos, nuestro análisis social se perdió como se pierden tantas cosas en la vida; y en parte sé por qué. No por racismo mesetario, nuestros acentos son de esos que encandilan, pero conociendo la línea editorial, lo mismo no gustó mucho lo de opinar sin culpar a quienes gusta culpar en ciertos medios, o ese comentario mío de que la generación precaria no nota mayor malestar en un año sin gobierno que en años anteriores, donde hemos vivido igual de mal.

Y así acaba la historieta del día que no fuimos influencers, donde nuestras opiniones se quedaron debajo del parasol, a pocos metros del templo de la democracia donde cada día es más difícil saber donde se va a sentar cada cual.