Hacía mucho tiempo que este Graderío no se tomaba vacaciones, así que la semana pasada, aprovechando el festivo nacional, se hizo una pausilla. A fin de cuentas, me llevo esta columna en mis idas y venidas vacacionales, y por una vez se merecía que la dejara quieta.
Esta semana podía haberme acogido a una baja por enfermedad. Sufro una de esas rarezas veraniegas, el catarrazo estival.
Entre tos y tos, repasando un verano que comienza a extinguirse, casi he llegado a considerar que mi resfriado es lo menos raro de lo que nos rodea.
Hará unos cinco años, pasé las vacaciones en Bélgica. Aquel país andaba sin gobierno, como el nuestro ahora, y parecía que nada afectaba a la cotidianidad belga. Salían los trenes a su hora, se limpiaban las calles, se preparaba sopa desde las siete de la mañana y jamás se agotaban los tipos de cerveza. Llegué a leer en algún diario, que no eran pocas las voces que afirmaban que aquella pequeña nación jamás había funcionado mejor que durante el periodo de desgobierno.
Esto no es Bélgica, no voy a lamentarme o alegrarme ahora por eso; pero sin llegar al extremo de decir que jamás hemos estado mejor, tengo ciertas dudas y bastante miedo a la formación de gobierno.
En un país con una clase política como la nuestra, frecuentemente acabas eligiendo el mal menor, el partido que menos te desagrada, la ideología que menos ofende tu modo de vida, y a veces ni eso. Con esta costumbre de optar por los males menores, las terceras elecciones a mí casi se me parecen mucho a ese clavo ardiendo al que la gente se agarra a la desesperada.
¿Qué pasará cuando volvamos a votar? Cualquiera sabe, pero en cualquier caso, podríamos vivir de ilusiones otro tiempo.
¿Votar el día de Navidad? Esa sí que ha sido buena… Desde luego no van a meterme miedo con eso. Con lo poco que me gustan estas fiestas, no van a estropearme nada; al contrario, le darían aliciente a la cosa…
Pero todo esto es pensar de más ¿De qué me preocupo? Mariano y Albert están trabajando en esto, y sabiendo eso ¿qué podría salir mal?