Hoy la rueda de reconocimiento cambia de escenario. Lo mismo que los pintores impresionistas, caballete al hombro, gorra y lienzo en blanco, salían a encontrarse con esa realidad que nunca jamás se pintó como lo hicieron ellos, hoy he salido, reportero sin reporte, a encontrarme con la verdad de unas calles plomizas y cenicientas, llenas de una vida que sigue adelante a pesar de los tropiezos y desengaños, que del rey abajo todos nos vienen dando desde hace…como treinta primaveras, que son las que cumplen mis huesos y mis días.
Buscando donde parar el vuelo –ay, quién fuera cigüeña de Palacio- me he quedado aquí, en uno de esas mecas de la hostelería sevillana que dicen las abuelas “niña, la tasca que está frente por frente al ambulatorio”. Las tascas ahora son bares, gastrobares y no sé cuántos prefijos por delante. Los ambulatorios son ahora Centros de Salud y si han crecido mucho, en algunos pueblos, les ponen CHARE. A una de esas cafeterías, con tostadas de oferta y cafés intensos, me he venido a reconocer la verdad de estos días.
Cuando llegué, rebosaba de familias de todo tipo (hija+madre, padre+hijos, abuela+muchacha que la lleva al médico porque sus hijos dicen que no pueden). A pesar de las paradas de autobuses, del comercio circundante, de la cercana ubicación del centro histórico, se nota que aquí viene la gente al médico, o vuelven del médico. No es tan temprano como para encontrarse el bar convertido en puesto SOS tras los análisis de sangre en ayunas. Ya es hora de consultas con la doctora o el doctor, de pedir cita, de hacer alguna consulta. Y luego, cuando ya hemos terminado con los asuntos de la salud, al desayuno, a seguir con la rutina, a dejar igual de irresolutos todos los problemas con los que llegamos hasta aquí.
Yo no me acuerdo, no puse atención cuando pasé por allí. ¿Habrá enfrente del Congreso de los Diputados una cafetería como ésta? Una cafetería donde nuestros representantes se desayunen nuestros problemas a precios económicos y encima tengan hasta una tarjetilla de esas con la que te invitan a comerte uno cuando llevas nueve… Ah, es que en la cafetería en la que escribo hay un plasma casi colgado del techo y ahí, como a todas horas, ese congreso recién parido pero sin padrino que lo bautice nos sigue regalando perlas y primicias.
El Congreso es, en efecto, según me parece a mí, como un representativo centro de salud de los españoles. Con muchas especialidades, tantas como los partidos que allí tienen representación, en un grupo o en cuatro. Cada despacho, cada sala, como una consulta de éstas del centro de salud, en las que, de forma rápida y aséptica, se intenta curar, en las que se encuentra una amabilidad volandera que se torna en olvido porque “tenemos muchos pacientes a los que atender”. Donde uno encuentra tantas opiniones médicas como especialistas lo conforman.
El Congreso, del que a pesar de todo, sale uno medio satisfecho; el Congreso, al que, cuando uno acude y le responden, se siente verdaderamente reconfortado, con una receta, digital o en papel, que cura por un tiempo nuestra dolencia. Ese Congreso que está ahora “en ronda de consultas”, como nuestras abuelitas cuando van buscando el médico que puede darles un poquito de salud. Mi abuela era la reina de mi casa, y así me imagino al Rey tocando a todas las puertas a ver quién da un paso adelante para cuidar de España. A la rueda, rueda: los que no consiguen llegar al acuerdo y nos tienen “en parón”. A la rueda, rueda: los que están poniendo todo de su parte en la cafetería y en el centro de salud…y en el Congreso de los Diputados.
