nazarenos-sevilla-sevillaactualidad

Parecen extraterrestres cuando andan sueltos por la calle, reguero ordenado de hormigas vistos desde un balcón, seres intrigantes si van vestidos de luto y sólo miran al frente. Pero no son más que hijos de Sevilla. Sevillanos católicos, ateos, agnósticos, apostólicos, guapos, feos, listos, tontos. Sevillanos que portan varas, cruces, bocinas insignias, cirios, maniguetas.

El patrimonio de mayor valor de la Semana Santa es el nazareno. Ataviado con terciopelo burdeos, túnica negra de rúan, con capa, con cola, el cíngulo caído a la derecha o la izquierda, con esparto, sin esparto, la botonadura en color, el escudo bordado a mano. Sevilla inundada durante diez días (del Viernes de Dolores al Domingo de Resurreción) de capirotes.

Nazarenos que acompañan a su barrio, que cumplen la promesa de hacer penitencia junto a su virgen, que se apuntan por diversión, que dan continuidad a la tradición familiar. Nazarenos a los que, como apuntó el pregonero, le preguntan «¿Me das cerca, me das cera, me das cera?».

Nazarenos cofrades que al día siguiente de su estación cogen sitio para ver salir a un cristo que no es el suyo. Nazarenos con estampitas, con caramelos, con medallitas. Sevillanos anónimos de sonrisa oculta, que achinan los ojos cuando nos saludan y nos dejan atónitos. ¿Quién será?.

El nazareno va descalzo, con zapatillas, con espartos, en calcetines. Forma parte de su ciudad, siente la tierra que va pisando. Le duelen también sus piedras desperdigadas, sus baches mal reparados.

Poco sentido tendría una Semana Santa sin nazarenos. Porque por cada tramo que pasa ante los ojos de la gente, la misma que se cansa cuando pasan tantos tramos, va una parte de Sevilla.

www.SevillaActualidad.com