El Apocalipsis del Estado de Bienestar español parece haber adoptado el formato de coleccionable entregado en fascículos periódicos en los que un nuevo paquete de derechos sociales es erradicado en virtud al juez supremo; el déficit.

Y es que la humanidad libra en estos momentos una batalla vital para su supervivencia, una lucha que decidirá nuestros destinos, un combate épico contra la prima de riesgo y los porcentajes de la deuda; nadie quiere ser castigado por la señora Merkel, y ni mucho menos ser suspendido por esos entes abstractos y superiores llamados agencias de calificación, aunque también respondan al nombre de satanás, demonio o señor del averno.

Ha llegado la hora de ser responsables e intentar paliar los gigantescos espacios vacíos de esas arcas públicas que hace tan sólo dos años rebosaban de superávit, cheques-bebé y reducciones de IRPF y que ahora se tornan en afiladas estocadas al contribuyente. ¿Dónde fue a parar el dinero? Esa es la pregunta que a muchos rondará ante el pasmo que provoca esta suerte de acantilado fatal al que nos dirigimos. No obstante, convendría cuestionarse en primer lugar ¿Qué es el dinero? para así dotar de una mínima coherencia a un fenómeno ya de por sí sin explicación.

Suerte que en nuestra sociedad del espectáculo, la información ha devenido en entretenimiento, y el anuncio paulatino y sosegado de los nuevos ministros de Rajoy acerca de los flancos donde la tijera actuará con mayor ferocidad, adquiere cierto aire de gala de nominaciones para unos premios importantes. En la sala de prensa, aparece Fátima Báñez y nombra los departamentos elegidos para su capitulación; paralelamente, De Guindos hace lo propio con los servicios públicos próximos a desaparecer; más tarde emerge de la sombra el señor Rajoy y promete una «agenda reformista agresiva». La emoción comienza ya a apoderarse de mi espíritu ante la sola idea de la llegada de Marzo (o quizás el día inminentemente posterior a la victoria del PP en Andalucía) y su pronosticada tormenta de recortes y alzas de impuestos.

Todo sea por la patria y nuestra supervivencia, aunque esta parece que vaya a depender de la agricultura y los emigrados. Pues, ¿cómo progresar sin innovar? Días atrás se anunciaba un recorte de 600 millones de euros para el I+D+I (en torno al 7% del presupuesto general), lo que agrava aún más la situación ya de por sí precaria de la investigación española. El CSIC ya ha apuntado que se verán obligados a desmantelar departamentos completos y la fuga de cerebros (pero la de verdad, la de jóvenes formados y con una enorme potencialidad científica) parece constituir ya una realidad evidente.

Es decir, una vez hemos educado a una generación de estudiantes con recursos públicos y el esfuerzo de todos los españoles, los obligamos a emigrar para que otros países de nuestro entorno aprovechen su aptitud para su propio progreso y bienestar.

En España hemos apostado al fin por el cambio, pero el cambio hacia el pasado, hacia la precariedad, hacia el analfabetismo y la dependencia. Mientras tanto, el partido de la oposición, de igual forma deslegitimado para criticar cualquier iniciativa del nuevo ejecutivo, se debate en su propio fuero interno entre un candidato irrisorio desvelado como un hombre de una ambición desmedida, y una plataforma de díscolos del Partido que apuestan por un debate profundo pero sólo a partir de una hipotética candidata.

Desconozco si esto es el Apocalipsis augurado para el 2012, pero desde luego, aquí huele a azufre para decir basta.

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