Ingrid Bergman y Gregory Peck en Recuerda, película dirigida por Alfred Hitchcock

«Corrían muy malos tiempos, pero vistos a distancia quizás fueran los más nuestros», y visto lo anterior con doble perspectiva y -ya- triple distancia, porque la doble se la quedó el poeta, estos serán los tiempos que mas nuestros fueron. Vivimos hoy un tiempo que no es, esta parte lo ha dicho no pocas veces ya aquí, mejor dicho, un tiempo que no será cuando mañana hablemos de él, o de ellos, porque no sabemos qué medida tiene el tiempo tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo. Es cierto que no se llenan ya cafeterías con poetas que de mañana estaban dedicados a enseñar y de tarde a fumar y recitar, estos los que mejor vivían, pues en las memorias de González Ruano y en La noche que llegué al café Gijón de Umbral desfilan poetas de distinto corte, no de estilo si no de patrón de sastre. Vendedores de seguros que tenían en su mente un palacio de orfebrería de gramática y métrica. Filibusteros, caraduras, socarrones, hombres débiles y mujeres fuertes que plasmaban como nadie la desazón y las sensaciones, la felicidad que hasta en la vida dura vivía.

«Ahí viene don Antonio Buero Vallejo, que en paz descanse», señalaban con poca broma al paso de don Antonio entre las mesas. Don Antoni llevaría en su gesto y su rostro el dolor y la desazón, la ilusión, pero siempre la esperanza del futuro que no fue, aquella generación que empezaba a vivir su juventud en los albores de los 30 y a los que el tiempo que es que no será porque jamás fue les fue robado. Predecía don Antonio a su paso el fin de aquellos días de noches largas y amaneceres cortos con escritores jóvenes que se pagaban las ediciones de sus libros bailando mientras otros escritores de más galones echaban monedas para ayudar en el asunto, cerilleras con la nostalgia de lo que estaba deseando ocurrir, y que no ocurriría, en la mirada, camareros que cogían el teléfono con gesto mecánico apostando contra sí mismo el por quién preguntarían. Todo se fue y ya sigue siendo pero no está.

Paseaba esta parte estos días atrás por la ciudad que es mitad de lo que uno es, ocaso el día en cuestión del año que se va. El frío duele, o hace doler, mejor dicho, y marca las manos, el frío hace doler hasta lo que no se tiene, hasta el miedo que siempre se tiene, ese miedo del que hablaba Fernán Gómez, esa impresión de que son pocos los hombres que tienen terror hacia una mujer, porque uno tiene terror y luego llega otro Luis que no tiene terror y se va con la señorita, un nonchalant que noe es tal y que acaba resultando hipócrita, no a conciencia si no a ignorancia por no saber qué es el miedo. El hombre, ¿Está aterrorizado ante la mujer o ante la ternura, a caer en esa ternura que infunde el amor?. Durante el paseo, de ese último día de todos los días que son El Día, uno observa, no tiene rumbo, no necesita tenerlo, no necesita de destino, sí precisa en cambio de punto de partida, pues ese punto de partida es ese lugar al que se debe volver, donde hay que volver. Quien tiene refugio tiene responsabilidad, quien tiene responsabilidad tiene deberes y quien tiene deberes tiene miedo necesario, no ya a vivir si no a lo que ha de venir.

Luises y Mercedes que pueblan las mesas de la confitería que está en la esquina opuesta a la del antiguo Gran Café París, ese café que tenía el mismo nombre que el hotel al que el taxista quiso ir y entendió que tenía que ir, si bien don Rafael le enmendó el destino, «¿Al hotel París? No, hombre. A París de la Fransia», porque otra cosa no, pero don Rafael temía ser rico, que no ser afortunado, porque afortunado era, porque sabía que la ciudad no estaba lejos andare donde él andase si no donde tenía que estar. Luises y Mercedes que ríen y se derriten en las pupilas de la contraria y el contrario sin saberse presos ya ajusticiados, estos jóvenes beben ateridos de frío con las piernas cruzadas por abajo o por arriba intentando recogerse de y contra el frío, un enemigo que está, que todos esperan cuando no están esperando y que sorprende aunque se esté preparado para con y contra él. Luises y Mercedes que andan enamorados o en tal menester y proceder, disimulando el interés de una forma más o menos honrosas. Todos efebos espigados y perfectos en la imperfección, todas ellas cariátides que sostienen todo Occcidente y lo que queda de la civilización como indiferentes al dolor que tienen y a la dulce tortura que les está dada a esperar y que tiene que venirles. Todos ellos departen, como dice quien suscribe, en la confitería esquinada opuestamente al antiguo café París, beben controladamente -en casa se les espera este día- y ve esta parte en todos y cada uno de ellos una personificación distinta -de todos y cada uno- pero igual de Ingrid Bergman y Gregory Peck en Recuerda, todos ellos diciéndose sin hablar “Brindemos por la juventud, ahora que somos jóvenes y sabemos vivir sin ser conscientes de ello”.

Luises y Mercedes departiendo sentados al principio de uno de los cabos de la calle Sierpes evocan a uno la verdad desnuda y desvelada de lo que es la ciudad y la misma vida, todo mortales vestidos de paso y de domingo en un transitar por una vieja nueva Roma que ya está escrita pero no lo suficientemente admirada. Estos Luises y Mercedes, estos Dido y Eneas de este siglo perfectamente imperfecto viven como actores, madrugan y disfrutan del verde sol de amanecida mientras son observados de pasada y de paseo por este guionista. A la vida se viene a veranear, ya lo dijo Gistau -que está en los cielos-, y una vez se está en la vida toca elegir ser Actor o Guionista. Los actores madrugan, los guionistas se levantan tarde, pero este guionista es un mal guionista porque madruga cuando no hay por qué y sale a las calles cuando nadie lo espera.

Occidente duerme, pero a la vez está despierto, despierto en Luises y Mercedes que, a pesar de toda invitación en contrario, beben y se enamoran en el último día del año que cierra ciclo. Ellas con cara de haber venido al mundo a perdonar vida, porque justamente están aquí para esos menesteres. Ojalá volver atrás y ser ellos y dormir en otros ojos mientras a esas Mercedes les dice uno, «Yo voy a ser tu Fernando Villalón, porque te miro y quiero arruinarme criando toros que tengan ese mismo color de ojos que tú tienes», porque si -como dijo el gacetillero- la ciudad con niebla es una bonita mentira, La Ciudad con frío es una verdad inevitable.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...