ETA / Alfredo García Francés

Los que nacimos en el ocaso de la década de 1980 sabemos de los 80 todo lo que hemos querido y queremos, y sabemos de los 90 todo lo que accidentalmente nos tocó vivir y deseamos soportar, unas veces de forma feliz y con momentos que mejor no recordar.

Años de solapas anchas en las americanas de los trajes, la gomina de aquél señor a medio camino entre Gordon Gecko y Tip y Coll cenando antes del espectáculo. De cuando aún sobrevivían restos de aquella Beautiful People de los 80, el primer conocimiento sobre tal grupo que tuvo quien suscribe fue el nombre de uno de los canes del abuelo asturiano. Mi buen abuelo dio en llamar a uno de sus perros Boyer, por una bonita aunque olvidable experiencia con el Ministerio de Hacienda de las Españas. Tanto cariño profesaba por tal ministro que lo volcó en su perro poniéndole el apellido de ministro por nombre a su perro. En aquellos 90 todo era ser feliz, todo era correr a la playa descalzos o frenar la bicicleta con el tobillo, un invento de cocacola que sabía a cereza, el helado de arroz con leche; todo eran sabores y dolores. Y de vez en cuando el zarpazo de unos señores con muy malas pulgas que vivían en el País Vasco y que te quitaban de en medio a poco que hablases mas con este, que te quitaban de en medio a poco que militases o simpatizases en el partido del otro, a poco que no pagases lo que ellos querían a su grupito chantajista y pendenciero que hicieron de matar la génesis de un negocio, el terrorismo, cuyo fin fue el que hoy observamos: el desembarco en las instituciones del Estado que en sus fines fundacionales prometieron hacer tambalear hasta derruirlo con el objeto de conseguir la independencia de Euskal Herria. Una región tan histórica que resulta cómicamente imaginaria si se tiene en cuenta que fija su capital en Pamplona.

De ETA estaba a salvo nadie y estaban a salvo unos pocos, los que por complejo de culpa hoy dicen que hay que mirar hacia adelante porque tienen en cuenta que con su silencio hicieron poco por los asesinados y mucho -por omisión- por los asesinos. Estaban a salvo también los que tenían por afición recoger nueces cuando eran otros los que miserablemente se ensuciaban las manos agitando el árbol, los mismos que a la hora de negociar la singularidad foral pusieron por delante como garantía una posible calma a la hora de tener hambre de matar por parte de los otros que parecían no ser los suyos pero respecto de los cuales y gracias a ellos podían vivir con poca o nula escolta. De ETA nos hablaban los padres sin hablarnos, en los 90 se crecía desayunando con las noticias antes del colegio informando, por ejemplo, del fin de la tregua constatado con la voladura del coche de un oficial del ejército en el inicio de siglo. La absurdez de la idea de la existencia de un «conflicto» entre España y la Nación Vasca queda constatada toda vez que se tiene en cuenta el hecho de que las treguas siempre las imponía la única parte que era culpable desde siempre, la parte que mataba. La que asesinaba a periodistas por «criminalizar» al nacionalismo vasco, la que asesinaba a policías y militares por el hecho de serlo, la que asesinaba a políticos sólo por el hecho de no comulgar con el pensamiento único y existir, la que asesinaba a policías locales de pueblos sólo por llevarse bien con Guardias Civiles y Policías Nacionales. De todo lo que fuimos conociendo a lo largo de los 90, de todos los descorazonadores asesinatos, porque todos fueron asesinatos viles, crueles y del todo innecesarios salvo para el fin del negocio con buena marcha que hoy tienen sus compañeros legisladores, el más evitable fue el de Jesús García García.

El nombre de Jesús salió a la luz en un reportaje de Interviú sobre grupos de extrema derecha en el País Vasco. Ya sabemos, esa revista con buenos reportajes cuyos ejemplares descubrimos de infantes ocultos en baúles de nuestros ascendientes con una imponente Lola Flores en portada disimulando el robado de su desnudo. No sólo el nombre de Jesús García García quedó al descubierto vinculado a esos grupos en dicha revista, también el de Alfredo Ramos Vázquez. La revista de Grupo Zeta señaló a García como una persona peligrosa, un fanático de la caspa de Fuerza Nueva, confidente de la Policía y la Guardia Civil, que utilizaba un Ford Taurus para detectar etarras y también lo acusaban de ser el instigador de acciones de fanáticos de ultraderecha en el País Vasco. Jesús García García murió asesinado en su propio bar de dos tiros la víspera de Reyes. Por supuesto de nada sirvió la carta que García envió a Interviú como réplica negando todo lo que decían en aquél Diciembre de 1979. Es preciso mencionar el nombre de su director entonces, Darío Giménez de Cisneros, quien se negó a publicar la carta, es obligado destacar quien informó erróneamente dando alas a un asesinato: Xavier Vinadier, hoy día convertido en símbolo de la Transición. Vinadier hubiera firmado la información de la muerte tal y cómo firmaban las informaciones de Egin sobre asesinatos aquellos años, «resultó mortalmente herido por dos jóvenes que dispararon contra él».

Días antes de morir asesinado a manos de ETA García escribió una carta a Interviú haciendo saber que las acusaciones mencionadas en el reportaje eran falsas. Daba igual, hoy en este siglo habrá gente que leerá esto y concluirá que quien suscribe está blanqueando la extrema derecha por poner el grito en el cielo por un asesinato de ETA fundado y motivado por acusaciones falsas de un ex policía y difundidas de forma conscientemente imprudente por un periodista. Cuando hablamos de la situación actual del periodismo lo hacemos con una suerte de visión comparada disfrazada de perspectiva sobre un tiempo pasado que creemos siempre mejor, y por cosas así no fue mejor, el periodismo de los 60 hasta finales de los 80 fue bueno por lo que los periodistas guardaban en los cajones. El autor de los reportajes publicados en Interviú con la información que le proporcionó el ex policía, fue condenado a 7 años de reclusión por imprudencia temeraria profesional con resultado del asesinato de Jesús García y de Alfredo Ramos y condenado a indemnizar a los herederos de García, si bien la página web de RTVE concluye con el eufemismo «fue obligado», fuere a ser que los quejosos de siempre fueran a poner el grito en el cielo por mencionar o criticar el asesinato de un padre y marido fundado en falsas acusaciones de pertenecer a la ultraderecha fabricadas por un ex policía que parecía sacado de una novela del gran Francisco Casavella -que estás en los cielos-. Impacta saber cómo la vida desenlaza lo que parece no tendrá fin; impacta todo lo que cuenta el documental 1980; impacta el saber que las familias de las víctimas de aquél año y posteriores tenían que dirigirse a periódicos para hacer constatar que sus padres o hijos eran inocentes de cualquier excusa y sólo culpables de vivir y existir sin más. Afortunadamente para el negocio de la nación imaginaria todo es ahora normal y se acepta la buena intención de aquél gusto por la sangre que tuvieron algunos y que hoy disimulan.

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