Sidney Poitiwr en Al Maestro con cariño, dirigida por James Clavell / SA

El horizonte se confunde, quiere desnudarse de su línea y batallar con el mar, y para ello viene a valerse del taró, esa bruma que no es bruma si no una ilusión húmeda que ni pierde ni gana, tampoco muere, porque desafía cualquier ley de la Física.

Fruto de esa pelea entre el horizonte y el mar vienen a nacer colores que por segundos van viviendo y muriendo para al día siguiente volver a recrearse en esa batalla entre lo celestial y lo imperfecto, lo divino y lo civil, y los jóvenes ríen sin tocarse, se enamoran, desperezan y recién despiertan sabiéndose ignorantes del hecho de que viven en el mejor lugar y tiempo del mundo. El pasado no vuelve, nunca existió, porque no es todo lo bueno que creemos, el presente, el tiempo que pasa y que no es, arroya y está, y al final siempre queda el color, nada más, ni siquiera queda la voz, o las formas.

El verano, gracias a Dios, va peinándose las canas, esto es una necesidad. El concepto es bonito, justo y necesario, el verano como concepto, como contingente no plantea dilemas, se acepta; pero no se nos puede obligar a alargarlo, o a amarlo. No así el Invierno. El verano es un viernes, y una de las cosas que sabe esta parte es que no se puede empezar a redactar una demanda un viernes, y si esto es así quiere decir que no se pueden iniciar grandes empresas un viernes. Así, Eneas no emprendió su viaje un viernes, tampoco se enamoró de Dido un viernes, y tampoco los fenicios emprendieron su viaje un viernes, pero probablemente si desembarcarían en la Cotinusa un viernes, a quienes nos enseñaron a escribir les está permitido todo, incluso enseñarnos a escribir un viernes. Así probablemente lo harían.

Mi mentor tenía por costumbre sentarme a hablar de mucho y a pensar en nada salvo en lo importante. Una de las muchas cosas que me enseñó fue que la ley fenicia disponía, la que ellos mismos se dieron, que si un barco se avistaba desde tierra surcando sus aguas era de su derecho y entender el abordar amistosamente el barco, informarles de quienes eran y -aún no entendiéndoles sus iguales- llevarse toda mercancía que transportase el barco. Gastaban tanto aplomo en su hacer y mandar los fenicios como Alejandro Magno asediando Tiro en el grabado de Williams. En tales tiempos las palabras servían para hacer, para contar en algunas ocasiones, para ejecutar. Y el acento daba igual, no existía la radio, no, y el acento daba igual. Aristóteles decía a Alejandro, «cuidado, que puedes llegar a ser tirano», y a Alejandro le daba igual lo que el maestro dijere, ni prestaba atención a su acento.

Esta semana me sorprendía el establishment mediático de esta parte de las Españas con una oda a «los acentos». Era una periodista en cuestión la que proclamaba «vivan los acentos. Viva la Cultura parida desde los territorios» felicitando a Las niñas de Cádiz por su premio Max de teatro, rematando la celebración con un «Andalucía pura». Sin poner un pero a ese logro, resulta sorprendente la celebración de lo normal o de lo que necesitan que sea anormal. Ana López Segovia no hizo más que dar un golpe en la mesa para que de Despeñaperros hacia arriba no se tenga a esta tierra como un parque de mascotas. Cosa por otro lado que seguirá siendo así mientras haya personas centradas en la idea de que existe un idioma «andaluz», pero siendo eso harina de otros costales, es curioso cómo se ha instalado la idea de que el acento o ciertos acentos están discriminados.

La periodista que celebraba la intervención de López Segovia poco se molestará en proclamar su defensa de los acentos donde debe. No son pocos los periodistas que disfrazan su acento sevillano o gaditano ejerciendo de reporteros de calle en televisiones nacionales, básicamente todos, hasta el punto de que no existe informativo alguno en radio de los principales grupos mediáticos en los que el presentador tenga un marcado acento andaluz que fácilmente se entiende.

La periodista y los periodistas que celebraban este premio sobre todo por la intervención de las premiadas seguirán siendo tertulianos e interventores esporádicos en radio con límites de tiempo y sin levantar la voz sobre esta cuestión. Es bueno resaltar la belleza de un acento, va en el acento la mirada, las formas, pero es mejor aún ser pragmático y ensalzar ese acento en informativos de radios nacionales, cosa que por descontado no harán si no que seguirán disfrazando y esto último es signo de un mal de todos nuestros tiempos: el complejo de inferioridad. Poco se recuerda aquella batalla entre Cela y el ministro Solís en la que el gallego le recordó que de no ser por el latín Solís sería otra cosa en lugar de egabrense, y es que, siguiendo la máxima de Montaigne, nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis y si lo que se admira y defiende no va reflejado en actos posteriores que ensalcen un acento como debiere ser un informativo nacional de una radio por ejemplo esa admiración y defensa acaba quedando como la máxima expresión de un complejo o estupidez.

No obstante, seguiremos viajando, nos encontraremos con esa interpelación de siempre de «ah, tu eres el andaluz», sazonada con un acento forzado que da risa; seguiremos con ese lamento interior de sentirse más de la ciudad o provincia que de esa nación interior que no es uniforme, y el complejo seguirá siendo y existiendo, como los colores que luchan con el mar. Un acento no necesita defensa, tampoco necesita acogimiento general por su belleza, sólo se necesita saber, decir, estar, un acento sólo necesita que los que lo ostenten no tengan complejos y luego se disfracen de lo que jamás serán creyendo ser mas serios, porque la seriedad no la da disfrazar el acento.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...