José Tomás / Josephine Douet

Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda, dice Javier Marías en el inicio de Mañana en la batalla piensa en mí. Podría decirse que la frase es enigmática, pero enigmática sólo son las miradas, enigmática es la muerte, como la mujer que recuerda en esa frase el protagonista de esa obra, Victor Francés, un escritor venido a menos; o escritor, un Victor Francés venido a más, o creyéndose más, no sabiendo si durante un tiempo ha sido él o ha sido lo que él ha creído que es y fue, un fantasma, un creador sin firma ni equipaje que llevar en maletón.

La primera vez que vi y oí hablar de José Tomás contaba uno con doce años, una vida por empezar y escribir,  y acababa de ver hacía tres días, por vez primera, a la verdad hecha Dios por las calles. La primera vez que vi a José Tomás fue en una portada de periódico de esas que el abuelo que me aficionó, a los Toros y a los westerns de café frío de domingo tarde, guardaba porque el recuerdo del triunfo sobre la muerte siempre permanece aunque el amarillo pretenda apoderarse de las páginas tintadas. José Tomás pisó y triunfó. Bailó, se dobló -no como una mujer- hecho mujer, contra la muerte para vencerla. La ciudad dentro de la ciudad que es la Maestranza lo coronó rey y la piedra de la Puerta del Príncipe lo abrazó para guardarlo entre su colección de muescas de vida.

No quiere morir, solo ser perfecto. Lo dice y lo lleva a gala, consciente de que la segunda parte del enunciado supone la misma muerte. La segunda vez que supe de José Tomás fue con su vuelta tras la retirada. A su vuelta de entra las brumas. Fogueado en tierras de Gaona, España no da oportunidades a quien las merece y tiene mucho que demostrar si de torear se trata, volvió siendo rey sin miedo y patria. Le reprochan muchos su enfrentamiento o aversión con Enrique Ponce, algo que no es tal si se tiene en cuenta que de todo es causa un error de entendimiento en lo que se refiere a las hambres: Joselito y Tomás decidieron que en su hambre ellos mandan. Y comenzó entonces la pugna por la negociación de los derechos de imagen de los toreros que dura hasta hoy. Y pocos recuerdan que entonces solo eran Joselito y José Tomás las magnolias de acero que luchaban por los privilegios de las figuras de hoy.

Y le inundaría un amanecer. Porque la búsqueda de la plenitud supone ser consciente del riesgo de encontrar la belleza, y encontrar la belleza sólo puede acabar bien, con la consecución del orden último y natural de las cosas que es la muerte. El final sin muerte es un desorden vestido de orden, no es un final. La muerte acaba defenestrada, sin soñarse y viuda de un hombre que se bate en el albero, conquistando terrenos que no se habían pisado antes, dejando pasar los meses por la naturalidad de la mano izquierda. José Tomás ha dado esencia a su carrera bebiendo los aires y buscando la felicidad en el sueño de su propia perfección.

Vivimos y seguimos viviendo una y dos vidas paralelas, él a sus cosas y yo también dentro de la plaza. Obnubilado, conscientes, enamorados del último ocaso que nunca se va, del color, de su color. De una mirada de mujer, porque una mujer mira distinto en la Maestranza. Si algo tienen de idéntico Dios y la muerte, es que ambos son una mujer, porque la plenitud y la belleza tienen el mismo final. Si acaso a José Tomás se le puede reprochar que nadie le ha recordado que Manolete sólo hubo uno, pero puede tenerse la impresión de que lo sabe y anda haciendo su camino de demostrar que el toro mata, que no todo se resume a una reducción simplista de sangre y sufrimiento, porque de ser todo tan simple ni viviríamos ni felices lucharíamos por ser lo que buenamente podemos ser. Un reino limitado, la vida, la muerte, el final. La conquista de los terrenos donde no hay horizonte entre vivir y el ser.

Durante un tiempo le reprochaba para mis adentros a José Tomás que no se placeaba por `dónde tenía que placearse´. Se le espera a la sombra de la Alhambra y a la sombra de todo le esperan todos. Al tiempo entendemos que no debe caerse en el mismo reduccionismo que se critica, que en su hambre, en su vida y en su pugna con la belleza manda él. Le busqué, quise provocar nuestro encuentro, leí que paseaba por la playa y muchos sábados fui en vano en su busca… hasta que lo encontré, sin quererlo y esperarlo, o encontró él a quien suscribe. Fue en la plaza de las flores, el sombrero y la barba de incógnito le hacían aunque conocido de sobra me era. Estático quedé y nuestras miradas se cruzaron entre pasos perdidos. Le leí en la mirada la tranquilidad de saber que yo sabía quién era y que nadie salvo nosotros dos lo sabría. Guardé el secreto hasta ahora, guardé lo que me hubiera gustado decirle, o preguntarle. Desde aquél sábado se a qué le teme José Tomás, lo vi en su mirada. Cuando está en el albero se centra en mostrar la imperfección de la perfección de la toma de terrenos prohibidos, la coz del toro por no respetar el sitio para los dos concebido, el beso entre el vientre del hombre y el vientre de la naturaleza, que en un palmo de terreno el mundo no es suficiente y torear es eso que me confesó Diego Urdiales en cierta ocasión: decirle al toro `Buenas tardes, ¿Cómo está usted?, vaya usted con Dios´ mientras todo se manda que vaya lo más despacio que se puede y que la vida deja.

Podría decir, con y sin riesgo a equivocarme, que José Tomás le teme al mismo hecho que todos tememos: a que la belleza se le haga finita. Mientras tema eso, todos respiremos tranquilos porque siempre tendrá hambre de mandar dónde nadie manda. Todo, al principio y al final, queda reducido a una respuesta sin cuestión, y que así siempre sea: Todos tememos a José Tomás.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...