Robert Redford y Jane Fonda en Descalzos por el parque

Baldosas marrones, claras, suaves y marcadas por fina hierba. Levantar la mirada y ahí se alzan palmeras llamando al Olimpo de Palermo. Un Palermo en miniatura, una pequeña Argentina con deje andaluz. Césped fresco y el ruido de los potros marcando el destino, clavando sus herraduras en la hierba. Una prolongación del cuerpo de los hombres, podría decirse, de los polistas, una de las dos razas de deportistas que jamás dejan de sonreír. La otra son los golfistas. Si algo en la tierra hay parecido a la antesala del paraíso ésa es la calzada de entrada a la finca Los Pinos del Santa María Polo Club. Puede que algún día baje James Hunt, se ponga aquí de portero y me diga: “No, chico, hoy no puedes entrar, ya hay demasiada gente dentro con cara de haber venido al mundo a estar de vacaciones”.

Siempre, siempre y mañana a la gente le gustan las frases elocuentes, las de grandes estadistas o genios militares. Las de científicos gustan a las gentes de letras, las reconocen como muestra de caballerosidad al campo antagonista. Uno tiene por frase predilecta y favorita, sin embargo, una sentencia de Lawrence de Arabia. Si algo hay que agradecerle a David Lean es la constante en generar poesía visual con cada milímetro de fotografía. Así, cuando al teniente Lawrence le preguntan qué le atrae del desierto, él responde –sin despeinarse-: “Que está limpio”. La limpieza elevada a los altares de lo bello. Punto para Lean.

Rescatando revistas longevas, me crucé el otro día con un número veraniego de Esquire en el que Robert Redford copa la portada con unas aviator. Casualidad que sea el mismo día en que anuncia su retirada. A Robert Redford le debo mi respuesta a la pregunta típica sobre el estado mental: “Durmiendo sobre mi estómago”. Diciendo eso, alguien puede pensar que constantemente se está luchando entre el calígino por ver la luz. Nada más lejos.

La mejor anécdota que me deja Robert Redford es que hay mujeres a las que cae mal por ser excesivamente guapo. Si tan guapo es, algo oculta, me dijeron en cierta ocasión. Puede ser verdad, no asechanza. Pues si tengo que elegir profesión para cuando sea mayor podría decidirme por ser Robert Redford en ese fotograma de ‘Dos hombres y un destino’ en el que aparece junto a Paul Newman clavando sus miradas de hielo en la lontananza. Dos diciendo que el último apague la luz, que el mundo se acaba después de ellos dos. Y ahora sí que se acaba.

No obstante, lo mejor que puede aprenderse de Robert Redford es guardar en secreto los lugares en los que fue inmensamente feliz cuando estaba a punto de tocar fondo. Un día normal de Julio, un año atrás, fui a parar a una cala virgen de la Costa del sol. De vuelta en el inicio del crepúsculo decidí ahogarme en un Aperol en una taberna de pueblo en la que parece que todo se acaba cuando uno sale por la puerta, como una atracción de feria. La dueña se sentó a mi lado y lo ocurrido fue magia:

– Usted se parece a ese de ahí -dijo señalando una foto de Robert Mitchum.

– Ojalá. Pero, ¿por qué una foto de Robert Redford firmada?

– Nadie escribe sobre eso, pero cuando medio estaba en la ruina, el rubio ése vivió aquí pintando cuadros. Fue feliz.

– Pero nunca le leí o escuché sobre su estancia aquí.

– A veces, cuando la gente fue feliz en los sitios por los que pasó, ve necesario guardar en secreto dónde fue feliz cuando estaba a punto de hundirse.

Y así fue como supe que Robert Redford vivió una temporada en… mejor guardémoslo en secreto. De alguna forma, tomé como regla esa manía de Redford de no mentar los lugares donde fue feliz. Si escribo de mi ciudad, hablo de mi ciudad. Si escribo del pueblo donde los veranos me fueron haciendo, escribo de la vida; si escribo del mar, escribo de todos los sitios donde fui feliz y que vengan otros a adivinarlos.

Redford no se va, deja homólogo en el Tennis. A Feliciano López le pusieron Feliciano y López porque Robert y Redford ya estaban cogidos. Si Redford cae mal por demasiado guapo, a los ignorantes cae mal Feliciano porque lo toman por frívolo y estos no saben, sin embargo, que es uno de los jugadores del circuito con mejor ratio en hierba. En cada punto muerde el suelo, se lo traga y devuelve las bolas con la expresión de alivio con que un soldado en el Somme esquiva balas. Baila sobre la cuerda, el sudor le sienta bien y siempre elegante con ese porte de boxeador pesado náufrago en Tahití.

Si el eterno novio de Jane Fonda fue feliz donde quien suscribe dice, y jamás lo dijo, yo fui feliz -y lo digo- en la Isla, la de Camarón, no la del Felón. Donde el sol no se pone, donde el sol se esconde en las salinas y los fantasmas toman café y churros en el Royalty de mañana besándole la mano a Varela. A esa tormenta rubia, castellana y cruce de caracteres entre Tate y Fonda, le gusta de Redford ‘Leones por corderos’. Obviaba con razón lo comercial y abrazaba al Redford caballero sin espada que velaba por destapar el pensamiento crítico. ‘Dos hombres y un destino’, ‘Los tres días del cóndor’ o ‘El golpe son para la gente normal’. De andar ‘Descalzos por el parque’ ya nos ocupábamos nosotros, que para eso estábamos, para tener suerte y aprender en eso del amor y, mientras, crecer: los dos en sus cosas y jugar a ser furtivos en el paisaje misterioso de las salinas de La Isla.

Lo mejor de Redford es que fue feliz donde jamás dijo. Lo extravagante de todo es que estoy diciendo donde fui feliz siendo nadie y mucho para alguien. A veces el ser humano está a un paso de la felicidad y no es capaz de comprender dónde está ésta. La vida cabe en el cuenco de las manos, pero a veces las luces se apagan y lo construido queda sin decirse. Pero aún hay esperanza. Robert Redford fue feliz donde él sabe y uno fue feliz en San Fernando, donde el sol jamás se nos pondrá.

Para M. Lo mejor que queda de los dos es aquello que fuimos construyendo y todo lo que nos quedó por decirnos.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...