Cuando hace unos días Rubalcaba anunciaba el proyecto de ley para regular “los cuidados paliativos y la muerte digna” estoy seguro que en muchos hogares de este país estallaron las risas. No es que la muerte sea algo con lo que bromear, es el contexto el que hace tanta gracia.
Pablo Rodríguez. Las cifras nos asaltan desde todos los frentes, están ahí en la prensa, en los programas de TV, en cada tertulia de radio: los más de cuatro millones de parados que anunciaba el Ministerio de Trabajo en las últimas estadísticas y que no saben ya cómo van a poner mañana el pan sobre la mesa o, a nivel local, los más de cincuenta mil sevillanos que han sido rescatados por Cáritas Diocesanas, esa entidad que nunca hace nada pero que sin levantar la voz ofrece sus comedores todos los días de la semana.
Son cuatro millones, un puñado de cifras pero a veces ellos olvidan que son personas: tu madre o tu padre –o los dos-, es un familiar, es tu amigo que acaba de licenciarse o tu vecino que ve pasar las tardes en el bar del barrio con un café que se enfría porque hay que estirarlo todo lo posible. Apuesto a que ese vecino se estará preguntando por qué Rubalcaba no anunció un proyecto de ley para la dignificación de la vida, por qué el gobierno no lo saca de una vez de esta ruín ruína.
Cada vez que los vemos, repetimos “no nos merecemos esto” como una tonta cantinela que nos dulcifica el dolor, pero nos equivocamos. La sociedad está enferma y el problema del paro, los políticos, empresarios, sindicatos de broma y magos del ladrillazo no son nuestros representantes, somos nosotros mismos. Una sociedad que ha dejado de tomar decisiones y languidece en la indolencia. Si los valores del trabajo, el esfuerzo o el progreso carecen de valor sólo podemos aspirar a que nuestros representantes los usen únicamente en sus programas electorales.
Y la solución no está solo en un cambio de gobierno, al final ZP y Rajoy no son marcas diferentes. La salida del túnel está en una renovación completa, una sociedad activa que retorne a los valores de premio al esfuerzo, voluntad de mejora, honestidad política, generosidad empresarial y honradez sindical. Al fin y al cabo, las soluciones de nuestros políticos ya las conocemos: números rojos en el cajero y un luminoso anuncio de eutanasia, un chiste sin gracia, pura nada.

Cuando hace unos días Rubalcaba anunciaba el proyecto de ley para regular “los cuidados paliativos y la muerte digna” estoy seguro que en muchos hogares de este país estallaron las risas. No es que la muerte sea algo con lo que bromear, es el contexto el que hace tanta gracia.

Pablo Rodríguez. Las cifras nos asaltan desde todos los frentes, están ahí en la prensa, en los programas de TV, en cada tertulia de radio: los más de cuatro millones de parados que anunciaba el Ministerio de Trabajo en las últimas estadísticas y que no saben ya cómo van a poner mañana el pan sobre la mesa o, a nivel local, los más de cincuenta mil sevillanos que han sido rescatados por Cáritas Diocesana, esa entidad que nunca, nunca hace nada…

Son cuatro millones, un puñado de cifras pero a veces ellos olvidan que son personas: tu madre o tu padre –o los dos-, es un familiar, es tu amigo que acaba de licenciarse o tu vecino que ve pasar las tardes en el bar del barrio con un café que se enfría porque hay que estirarlo todo lo posible. Apuesto a que ese vecino se estará preguntando por qué Rubalcaba no anunció un proyecto de ley para la dignificación de la vida, por qué el gobierno no lo saca de una vez de esta ruín ruína.

Cada vez que los vemos, repetimos “no nos merecemos esto” como una tonta cantinela que nos dulcifica el dolor, pero nos equivocamos. La sociedad está enferma y el problema del paro, los políticos, empresarios, sindicatos de broma y magos del ladrillazo no son nuestros representantes, somos nosotros mismos. Una sociedad que ha dejado de tomar decisiones y languidece en la indolencia. Si los valores del trabajo, el esfuerzo o el progreso carecen de valor sólo podemos aspirar a que nuestros representantes los usen únicamente en sus programas electorales, si es que los llegan a usar.

Y la solución no está solo en un cambio de gobierno, al final ZP y Rajoy no son marcas diferentes. La salida del túnel está en una renovación completa, una sociedad activa que retorne a los valores de premio al esfuerzo, voluntad de mejora, honestidad política, generosidad empresarial y honradez sindical. Al fin y al cabo, las soluciones de nuestros políticos ya las conocemos: números rojos en el cajero y un luminoso anuncio de eutanasia, un chiste sin gracia, pura nada.

www.SevillaActualidad.com