En esta ciudad que todo lo puede, los cuentos, las historias más sorprendentes consiguen a veces hacerse realidad. Si el galante Don Juan tuvo su acomodo aquí o la bella Montpensier sevillana encontró a su príncipe azul en Alfonso XII, es Pedro –que viene el lobo- el que parece haber encontrado su asiento entre las altas terrazas de la ciudad.

Pablo Rodríguez. Por supuesto, las historias no se repiten con exactitud milimétrica y es que con el paso de los años, Pedro ha ido renovando su mensaje según las circunstancias. Si al Pedro pre-bélico le gustaba avisar de las crecidas del río, malditas riadas que se llevaba media ciudad a su paso, el de la etapa franquista era igual de catastrofista y ponía su voz en las grandes superficies innombrables –publicidad- aunque con la llegada de éstas arrasáramos el Duque o la Sevilla del 29.

Todos los proyectos de esta ciudad han sido avisados por Pedro, al que desde hacer algunas décadas se le han mezclado los cuentos y ha acabado por recordar a la bella durmiente, y es que todo lo que grita acaba por retrasarse durante años. Así el Metro, del que ya avisó por los años 70 aunque se terminara en el XXI, o la maravillosa SE-40 que se llevará todos los atascos del mundo hasta el infinito y más allá.

Y la misma historia se vislumbra en su voz de niño cuando nos habla estos días de la cercanísima licitación del cercanías de la Cartuja que venimos pidiendo desde hace diez años. Carlos Orquín nos recordaba en estas mismas páginas las vicisitudes de la línea, paradigma estático de la ciudad y reflejo exacto de los gritos de Pedro el del Lobo. A los diez años de espera hay que sumarle los cinco que lleva Pedro diciéndonos –disfrazado de concejal, consejera o ministro según su apetencia- que las estaciones están al caer, que los trabajadores de Cartuja 93 no tendrán que usar coche, que blablablá partidista y por aquí te quiero ver que dijo Andrés.

No sabemos cuándo llegará el cercanías a la Cartuja por mucho que Pedro lo anuncie a bombo y platillos para 2011, ni la SE-40, ni los tranvías de Dos Hermanas y el Aljarafe que todo es lo mismo. Por estas tierras nada cambia. Quizás la ciudad debiera aprender que los cuentos sólo sirven si se capta la moraleja, que Sevilla no puede vivir del cuento eternamente por mucho que quieran Pedro y sus lobos.

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