La semana pasada estuvo de visita en Helsinki un buen amigo. Nos conocemos desde pequeños y le tengo un cariño que sería imposible de explicar con palabras. Durante los días que estuvo aquí coincidió que tenía que escribir lo que fue mi segunda columna en Sevilla Actualidad.

Marta Comesaña. Andaba pensando qué tema tratar, mientras conversábamos acerca del soplo de aire fresco y la inyección de energía positiva que supone que alguien venga a verte. De repente, él me soltó eufórico: “¡pues habla de eso, de las visitas!”. Él también vive lejos de sus raíces y sabe de lo que habla. Al principio me pareció una idea genial, fantástica. Después, dándole vueltas, pensé que eso no era ni típico, ni tópico de Helsinki, ni de Finlandia, ni de los Países Escandinavos. Esa sensación puede ser la misma viviendo en cualquier parte del mundo. Y la descarté. Al final opté por escribir Saunoa.

Hoy vuelvo a estar sentada dándole vueltas al tema. Que alguien venga a verte quizás es algo demasiado concreto y personal para exponerlo pero, coincidiendo que el próximo 2 de noviembre hace un año que aterricé en Finlandia, podría estar bien hacer un balance mezclando esto con las estaciones del año que aquí se viven tan intensamente.

Cuando puse los pies en Helsinki lo hice con una ilusión tremenda pero totalmente desubicada. Es algo así como cuando te tapan los ojos para darte una sorpresa, gusta pero te sientes incómodo. Pero lo cierto es que recuerdo haberme hecho a esto con relativa facilidad. Fue buena señal cruzar el umbral de la que hoy sigue siendo mi casa y sentirla como mía. No me ocurre esto con facilidad cuando vamos de vacaciones. Necesito un par de nefastos días para adaptarme al lugar donde vaya a dormir. Pero no fue así y eso me llenó de buenas vibraciones.

Los primeros meses coincidieron con el invierno más frío que se recuerda en muchos años y, por ende, cayó muchísima nieve. Os podéis imaginar a una sevillana todo el día paseando para arriba y para abajo con los ojos como platos, embelesada y sin parar de hacer fotos. Fue maravilloso.

Nos contaban los finlandeses que durante esta época la gente suele estar apagada, triste y camina cabizbaja. A mí no me parecía para tanto pero, claro, este invierno no era referente de dicha información. Hay que tener en cuenta que suelen ser fríos, oscuros, lluviosos y con alguna (pocas) nevadas, con el enguarrichanamiento que eso conlleva. Encima los días son tan cortos que apenas tienes tiempo de darte cuenta. Pero el pasado ha sido, como decía, excepcional. Cierto es que las temperaturas han hecho temblar hasta a los termómetros, pero apenas ha llovido y tanta nieve ha inundado de luz y claridad las calles, los parques y hasta los rostros de la gente.

En esta primera etapa tuvimos dos visitas y las dos las recuerdo como especiales por cosas bien distintas.

La primera fue eso, la primera. Estaba deseando hacer de guía de un lugar que apenas conocía cuatro meses antes. Fue fascinante poderles observar sintiendo esa emoción por ver algo tan distinto a lo que estamos acostumbrados en Sevilla. Me sentía identificada en cada pregunta, en cada comentario, en cada gesto que me hacían. Fue como ver mis propios inicios desde otra perspectiva.

La otra visita fue la de mis sobrinos pequeños. Os podéis imaginar cómo disfrutaron con la nieve, sobre todo el mayor. Antes de que llegasen les compramos un trineo de esos que las madres usan para llevar a sus niños al colegio y nos lo pasamos en grande durante la semana que estuvieron aquí. Lo único de lo que nos arrepentimos fue de no habernos hecho antes con él, este año lo amortizaremos, eso seguro.

Con la llegada de la primavera se va notando como los días se alargan. La recuerdo como una etapa de transición entre lo blanco y diáfano que pasó y lo verde y brillante que estaba por venir. Poco más. En este aspecto, la primavera en Sevilla es espectacularmente hermosa y ensombrece a cualquier otra, ya sabéis de qué hablo. En Helsinki, las primeras semanas de la primavera pasaron, así, sin pena ni gloria. Ha sido, hasta el momento, la etapa más desafortunada en cuanto a cambios: olores, ambiente, colores.

En ésas, apareció por aquí una pareja de amigos españoles y organizamos, para que se entienda, nuestra propia Feria de Abril, puesto que en realidad era junio y la visita coincidía con la feria de nuestro pueblo, Alcalá de Guadaíra. Por esas fechas, los amaneceres ya se dejaban ver sobre las tres de la madrugada, el día nos acompañaba hasta eso de las 11 de la noche, en las calles se advertía cada vez más gente y surgió la tan afamada “Teoría de los Farolillos”.

Y llegó el verano. Cuando me decían que en invierno la ciudad estaba vacía, no les echaba mucha cuenta, yo veía gente. Pero no. En verano HAY gente. Entre los locales que salen de su letargo, los que no somos de aquí, que salimos más y más tiempo y los turistas, que son casi en número los mismos que los censados, la ciudad se transforma. Se celebran tantos festivales durante la época estival que la ciudad se convierte en un escaparate de música, arte, cine y mercadillos durante todos los meses que dura el buen tiempo. Este año, además, el calor ha sido la comidilla de todos, se han llegado a alcanzar los 30º. Los helsinkianos andaban desesperados, sofocados, con la tensión por los suelos y tan colorados como tomates, pero de muy buen humor. Y yo en mi salsa, encantada de la vida con tanta fiesta montada. Nunca me pude imaginar que la ciudad diese ese giro tan radical de un mes a otro, tan llena de vida, de alegría, de color.

Hablando de colores, cuando los estábamos estudiando en las clases de Finlandés, allá por febrero, la profesora insistía en definir a Finlandia con el verde. La carcajada fue unánime. Ahora puedo decir que, obviamente, tiene toda la razón del mundo. No sé la naturaleza de dónde saca esa fuerza después de inviernos tan duros, pero desde abril hasta finales de septiembre todo es verde y, además, huele a verde. Hay que tener en cuenta que el invierno que hemos vivido ha sido inusual, no suele ser blanco, es más, están acostumbrados a que sea gris y, qué color es más bonito para definir una ciudad, ¿el verde o el gris? Pues eso, está claro. Ella estaba en lo cierto.

El otoño es la estación que visualmente más me ha entrado por los ojos. Ver cómo los árboles se tornaban dorados, anaranjados, rojizos,… Esto tampoco se ve ahí, en mi tierra o, al menos, no con tanta intensidad. Al principio, aunque las aceras estaban bañadas literalmente de hojas, los árboles no parecían acusar su falta. Pero llegó un día en que por momentos empezaron a pelarse. Parecía imposible dos meses atrás que la imagen de los árboles desnudos, esqueléticos, volviera a repetirse otra vez este invierno.

En España existe la costumbre de recurrir al tiempo que hace cuando no se tiene nada de qué hablar. No hay situación más típica que la del ascensor. Pues bien, aquí todo el mundo habla de eso a todas horas, sin excusas que valgan. Bueno, sí, la excusa es buena, la mejor: las condiciones meteorológicas son alocadamente cambiantes de un día para otro y la situación lumínica lo es también. Ahora mismo, por ejemplo, el tiempo de luz se reduce cada día en media hora, ¿os podéis imaginar lo que es eso? Pues es, cuanto menos, desconcertante y un interesante tema de conversación. También se comenta que el invierno en el que ya estamos casi inmersos será el más frío de los últimos 100 años. Y como yo soy de buscar el lado positivo de las cosas, ¡habrá nieve, mucha nieve!, ¡podré sacar mi trineo!

A estas alturas del relato se me amontonan muchas imágenes de este último año en la cabeza. Pero todavía me faltan por contar un par de cosas importantes que han pasado, literalmente, por aquí.

En primer lugar, repitieron los que nos visitaron por primera vez. Igual que entonces disfruté mostrándoles todo lo desconocido, he disfrutado esta segunda por ser tan relajadamente placentera. Ya habían visto dónde y cómo vivimos aquí. Esta vez venían, sobre todo, a disfrutar de nosotros.

Y hace menos de una semana despedí en el aeropuerto al último que vino. Él también venía pidiendo tranquilidad después de unas semanas duras de trabajo. Los días que pasó aquí no paraba de repetirme que nunca le gustó eso de hacer turismo de forma frenética y sin control. Eso de levantarte casi antes que la propia ciudad para ver todo aquello que te recomiendan las guías. Su idea no era la de venir aquí para acostarte agotado al final de cada jornada, tras una paliza de varios kilómetros de pateo y sin ganas de tener largas charlas con gente a la que hace meses que no ve. No podía estar más de acuerdo. Hemos paseado, turisteado tranquilamente, nos hemos reído mucho, hemos comido más pero, sobre todo, hemos tenido tiempo para disfrutar el uno del otro.

…Y, de repente, él me soltó eufórico: “¡pues habla de eso, de las visitas!”. Pues ahí lo llevas, amigo.

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