España disputará en cuestión de horas el partido más importante de su historia. Era difícil imaginarse a la ‘Roja’ en un escalafón tan alto, si tenemos en cuenta la ingrata tradición que acumula la selección en grandes escenarios como el Mundial o la Eurocopa.

Ángel Espínola. El boom de España ha llegado con la explosión del Deportes (con mayúsculas) español: ciclismo, baloncesto, automovilismo, tenis, etc. Pero, obviamente, el fútbol, deporte nacional, es el que más banderas (y periódicos) ha conseguido vender en los días previos al partido.

Los 23 componentes de la selección han conseguido levantar, a mi juicio, un nuevo sentimiento patriótico. Han transformado el significado de los símbolos nacionales. La bandera roja y gualda que hoy portarán millones de españoles, está muy lejos de significar el sentimiento de defensa de la patria, ese nacionalismo rancio que le imprimió el caudillo y que, desde la izquierda, sólo puede verse como un acto facha y fascista.

Hoy, la bandera de España no es más que un sentimiento de cohesión sano, apolítico, totalmente deportivo (otra cosa es lo que hagan los políticos con ese sentimiento de pertenencia que tan difícil es crear, y que han logrado 23 individuos por darle patadas a un balón). La gran mayoría (que no todos) de las personas que hoy porten banderas o colores españoles sólo buscarán una alegría futbolística, un hito para contar a sus nietos. Sinceramente, no creo que nadie piense en el momento en que Casillas levanta la Copa de Campeón en la superioridad de nuestro Estado, ni en la grandeza de una España unida, ni si quiera en que la crisis es un poco más liviana gracias a este triunfo.

El significado del símbolo ha cambiado, y ahora son casi cien metros cuadrados de césped los que deciden el destino de nuestro país. El fútbol no es hoy el pan y circo que pueda parecer en otras ocasiones. Si no que puede brindar el bienestar social (la mayor felicidad para el mayor número de personas posibles) que no ha conseguido lograr la política en los últimos años.

Lo ideal sería, aunque más utópico que real, que mañana todos nos levantáramos felices por ser campeones del mundo, y reclamáramos al gobierno y sus ministros, una situación social y económica de igual calado, una maquinaria política que funcione tan bien como lo hace el equipo de Del Bosque. Por soñar, que no quede.

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