He asistido en estos últimos días a un espectáculo mediático muy interesante. Desde que Adolfo Suárez hijo anunciase el inminente final de su padre, los medios españoles, con pocas excepciones, se han dedicado a alabar su figura y la importancia de lo que hizo por España y la democracia. Y no solo los medios, sino también multitud de políticos de todos los colores, que han escupido de sus pérfidas lenguas aquello de “era un ejemplo para todos”.

Todos ellos, medios y políticos, parecen haber olvidado lo que dijeron o hicieron cuando todavía corría sangre por las venas de Adolfo Suárez. Aquellos que se dedicaron a asediar sin descanso al hombre que no descansaba, hoy se deshacen en elogios hacia su frío cadáver, ante la certeza de que la determinación de ese gigante político no volverá a molestarles. España siempre será España, y aquí no reconocemos los méritos de las personas loables sino cuando ya han dejado de ser un incordio.

No tengo edad para haber conocido a Suárez, ni he vivido de primera mano el ambiente de la época, pero gracias a la tecnología he accedido a esa fuente incorrupta que son las hemerotecas. Incorruptas no porque no haya corrupción entre las páginas que guardan, sino porque preservan la bilis con que se escribieron las duras críticas a Suárez como si acabaran de escupirse.

Y es sorprendente comprobar como aquellos que hoy lo llaman “padre de la democracia” lo tachaban de todo menos de bonito (como diría mi madre) cuando más apoyos le hacían falta. ¿Es que acaso creen ustedes que al cadáver del ex presidente le pueden agradar o disgustar mucho los elogios ahora?

Pero claro, en España quedar bien es siempre lo primero. Alabar a Suárez en vida no tenía sentido, ya que el enemigo vivo sigue siendo el enemigo, mientras que el enemigo muerto es tan solo un mal recuerdo. Y puestos a ser hipócritas, es mejor serlo con los muertos que con los vivos, ya que los primeros no pueden contestar con ironía al poco creíble cambio de parecer de los segundos.

Lo peor de este asunto es como a todos los políticos se les llena la boca al decir aquello de “era un ejemplo para todos”. Un ejemplo que no están dispuestos a seguir, querrán decir, porque estoy seguro de que ninguno de ellos estaría dispuesto a hacer lo que hizo Suárez: anteponer el bien de la nación al propio y al de su partido y dimitir cuando fue necesario.

Se nos fue un gran político, uno de los pocos que merece recibir tal calificativo, tan manchado y pisoteado por aquellos que hoy se lo autocolocan. Si los elogios que tanto estamos escuchando fuesen sinceros, así como si sinceras fuesen las manifestaciones de seguir su ejemplo, no me cabe duda de que hoy viviríamos en un país mejor. Que descanse en paz.

Pablo Rodríguez

Periodista

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