La búsqueda da sentido al camino. Es la gasolina misma del hombre, el ansia que lo mueve. Hace años que leí un libro del poeta Miguel d’Ors, «Curso superior de ignorancia«, con el que ganó el Premio de la Crítica en 1987. Digo que hace mucho tiempo que supe del libro, me acerqué a la biblioteca central de la Universidad y me lo zampé en una de esas horas gloriosas que da la juventud.

 

Con los años he aprendido que ese libro de Miguel d’Ors es mi quimera imposible. Por anticuarios, librerías de viejo y grandes superficies he buscado la dichosa edición de ‘Curso superior de ignorancia’ publicada en la Universidad de Murcia y que se me aparece sobre estantes extranjeros o en polvorientas subastas on-line. Como en un sueño veo el lomo desgastado, las páginas amarillentas que recorre una verdad que intuyo. Siento que nada de lo que desconozco falta ahí a pesar de haberlo leído en aquella gastada edición de biblioteca.

Ese libro de Miguel d’Ors es mi sueño imposible, mi sirena que se escapa por mares ajenos y lejanos. Como hombre necesito su falta para seguir soñando, para seguir alimentando este amor por los libros. Sin meta no hay carrera y sin carrera no hay avance. Por eso ese ‘curso’ que me falta es uno de los símbolos más grandes que me guardo. En mi mente va prendido a la vida italiana que jamás recuperaré, a aquellas dos habitaciones de Montmartre y un par más de deseos que me hacen más fácil la vida.

Jamás he estado de acuerdo con aquello de «la realidad empieza donde acaban nuestros sueños». La realidad está entremezclada con los sueños porque esta búsqueda, este ansia da sentido a lo que se vive. Por eso sigo con mis planes de irme a Italia y copio mil veces siete el código ISBN del maldito ‘curso’ aunque sé que ni Google, #lavidamisma, tiene respuesta a este acertijo.

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