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Son muchos los expertos que comienzan a especular acerca de si el formato 3D verdaderamente es una revolución o simplemente una forma de obtener ingentes beneficios económicos.

Antonio Sánchez-Marrón. Hace algunas semanas, previas al estreno de Origen, su director Christopher Nolan, afirmaba que no había optado por realizar su película en formato 3D debido a que «no quería sacrificar el poder de las imágenes de las que se compone la cinta». Y es que el creador de magistrales obras como Memento, Insomnio, Batman Begins y El Caballero Oscuro es un hombre dedicado a buscar las mejores formas de transmitir una imagen al espectador.

Se especula también con que su nuevo proyecto, la tercera entrega de su saga de Batman, se realice o no en 3D. Siendo un hombre que cuida al máximo las imágenes y secuencias que toma con su cámara, este escritor se declina hacia la utilización del IMAX, un formato con una calidad de imagen y sonido realmente nítida con infinita mayor calidad que las tres dimensiones y que ya utilizó de manera soberbia en el comienzo de El Caballero Oscuro. 

Pero el formato 3D, relegado hasta hace algunos años a documentales proyectados en planetarios y parques de atracciones, viene de antiguo. Hay producciones realizadas en este formato en los años 10. Cortometrajes sobre la vida rural proyectados en 1915 basados en un funcionamiento de la doble lente. Después, en 1953, Los Crímenes del Museo de Cera, dirigida por André de Toth y protagonizada por Vincent Price, se exhibió en algunas salas en tres dimensiones.

A partir de ese momento, comenzó una fiebre por el 3D que duró poco debido a la temática de las tramas y a los continuos problemas de sonido e imagen que daba. Era demasiada la gente que no se acostumbraba a tener que ver por unas gafas de cartón y dos plásticos de colores una película en el cine. Todo ello provocó que el 3D quedase relegado al cine de terror y a las películas de serie B. Se decía que los mareos y los dolores de cabeza eran constantes y que sólo disfrutaban de la película los que estaban sentados en las filas centrales. Había más inconvenientes que ventajas.

Parece que nadie se acuerda de que había vida antes de Avatar. Sus fastuosos efectos especiales han sido anunciados a los cuatro vientos. Se prometía una revolución en el mundo del cine que poco tiene que ver con la realidad. Efectos especiales vistos en El Señor de los Anillos, Minority Report y la última trilogía de Star Wars combinados con un ecologista guión calcado a la historia de Pocahontas han servido para que James Cameron lo disfrazase todo de una manera exquisita y vendiera a millones de personas la ilusión de que se estaban revolucionando los códigos del cine.

Los expertos se cuestionan ahora esta problemática. Y es que las cifras de recaudación avalan lo que los detractores del 3D pensamos. Restándole a cada entrada el precio del capricho, habría que comprobar si Avatar verdaderamente ha sido la película más taquillera de la Historia. Los productores ahora andan con cuidado a la hora de invertir en esta tecnología puesto que el público parece que ha captado el mensaje. Este formato promete espectáculo, pero también la petición por parte del espectador de ir a gastarse un considerable dinero para ver una buena película. La informática ha venido ayudando al cine en los últimos años a crear ilusiones dentro de las tramas. Pero hay un momento en que el público se siente engañado.

Detrás de las gafas roja y azul no hay nada. Sólo una película. Se nos vende el 3D de la siguiente manera: «Viva una experiencia irrepetible. Adéntrese en un universo único y fascinante». Es la excusa para despedir al guionista y centrarse en arrollar al espectador con toda suerte de efectos especiales que llegan a resultar de todo menos irrepetibles, únicos y fascinantes.

Es por ello que los inversores se preocupan. El descenso de asistencia a las proyecciones en 3D es todo un peligro. En Estados Unidos se han invertido 2.600 millones de dólares para equipar a las salas de tecnología suficiente para proyectar cintas en este formato. Pero el público no está convencido de lo que está viendo. Esta situación podría llevar a perder varios millones de dólares a empresas como Sony o Panasonic, que ya han apostado por sacar al mercado televisores en tres dimensiones cuando todavía la inseguridad en el espectador medio con respeto a este formato está en el 80%.

Es mucha la gente que recomienda la visión de las películas en 2D, entre los que yo me incluyo. Problemas de visión, dificultades con el público infantil y un sinfín de quejas en referencia a las gafas bicolor son suficientes alicientes para desterrar de una vez por todas esta forma de engaño al espectador y volver a disfrutar de una buena película sin artificios tecnológicos. 

Otro sacrilegio es la conversión al 3D y reestreno de clásicos del cine como, por ejemplo, La Bella del Pacífico (con Rita Hayworth), Hondo (exitosa película en su época de John Wayne), la interesante Raza de Violencia (con Rock Hudson) o lo que es más sangrante: Crimen Perfecto de Alfred Hitchcock, cinta rodada en tres dimensiones, técnica que acabó siendo desterrada por el propio director, se quiere reestrenar reciclando este formato.

Y es que los que se encargan de todo esto pensarán que es mejor sacrificar clásicos al culto de la alta tecnología comenzando por obras desconocidas y que no estén al alcance del gran público para luego seguir y no poder parar. 

Me veo en 2020, si nadie lo remedia, viendo a Clark Gable en Lo que el Viento se Llevó, a Marlon Brando en La Ley del Silencio o a Paul Newman en La Gata Sobre el Tejado de Zinc con gafitas de colores y en tres dimensiones. En ese momento será cuando pierda completamente la fe y optaré por dedicarme a otro oficio.

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