Un estudio del profesor de la Universidad Carlos III de Madrid revela la importancia que tiene en España la compañía a la hora de jugar a la lotería y a otro tipo de apuestas, algo que se refleja en la disparidad geográfica de los premiados.

Sevilla Actualidad/SINC. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha publicado recientemente un estudio titulado “Loterías”, y en el cual Roberto Garvía, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, analiza una costumbre de gran raigambre en nuestro país y de enorme repercusión en el desarrollo de este tipo de apuestas: el juego compartido.

En el estudio, Garvía investiga, en primer lugar, las causas de la aparición de este fenómeno. Todo se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando la desaparición del antiguo juego de la lotto y el aumento del precio de las apuestas obligó a los jugadores a buscar una solución que les permitiera seguir participando en el juego sin gastar una cantidad de dinero excesiva, de modo que surgió la costumbre de compartir los décimos.

El profesor destaca que el de la lotería es en nuestro país “un juego social”, una actividad más con la cual “fortalecer el tejido asociativo de la sociedad”, con el objetivo de crear afinidad y cercanía entre grupos y personas, como medio de tener algo que compartir, “por formar parte de una red social”, como afirma el propio autor del estudio.

Esta costumbre podemos comprobarla fácilmente en estos días, en los que está reciente no sólo el último de los grandes sorteos de lotería del año, el de Navidad, sino también la comprobación de los números agraciados y la compra de décimos para el siguiente gran sorteo, el del Niño (que tendrá lugar el próximo 5 de enero). Es normal que todas estas acciones las llevemos a cabo, normalmente, contando con otras personas en lugar de individualmente.

Los décimos de la empresa, los de la asociación de vecinos del barrio, los del mercado de abastos o la tienda de desavíos de la esquina, o incluso los que compran a medias varios hermanos de la misma familia. Todos estos boletos acaban, finalmente, compartidos por personas que viven a cientos de kilómetros de distancia, e incluso es posible que nunca jamás se haya visto o hayan intercambiado conversación.

Pero si el día del sorteo hay suerte y nuestro el número es el agraciado, no debería extrañarnos que la misma alegría que sentimos nosotros la compartan gentes de Orense, Barcelona, Guipúzcoa, Soria o Alicante -con la consiguiente y tradicional estampa televisiva del dueño del bar que repartió los décimos descorchando el champán y brindando con los vecinos-.

Una estampa habitual, por otra parte, en nuestro país, como afirma el profesor Garvía con su estudio. Compartir es vivir, y muchas veces, vivir a base de alegrías. Tal es la magia de la lotería, sobre todo cuando se juega en compañía. Sobre todo en Navidad.

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