(Continuación) Seguimos en el humilde y único reconocimiento que me consta la ciudad le ha hecho al prolífico y polifacético Nicolás Copérnico (1473-1543), allá en la barriada de la Plata. En la misma ubicación y con las comprensibles reservas del polaco para la publicación de su libro ‘De revolutionibus…’, no estaba el horno para bollos, pero que al final son derribadas por su discípulo Rheticus, quien lo convenció de la necesidad de imprimirlo, aunque eso sí, con todo tipo de precauciones y maniobras.

‘De revolutionibus…’. Premisas

Para empezar, la obra iba precedida de un prefacio anónimo en el que se presentaba el sistema heliocéntrico sólo como una hipótesis, una especie de medida precautoria en contra de lo que era el convencimiento real del propio astrónomo. Además constaba de una larga introducción, que incluía una dedicatoria de la obra al papa Paulo III, justificando la necesidad de su escritura en dos puntos, científico y religioso. De un lado mostrar la incapacidad de los astrónomos para consensuar una teoría acerca de los movimientos planetarios, y de otro hacer notar que, como su sistema aportaba más exactitud a las predicciones astronómicas, esto permitiría que la Iglesia desarrollara un calendario más exacto (un asunto vital para ella y una de las razones por las que financiaba la astronomía). A pesar de todo el libro original es censurado por la Inquisición que lo incluye en 1584 en el Índice de Libros Prohibidos, definiendo la hipótesis copernicana como “una insensatez, un absurdo en filosofía y formalmente herética”, y donde permanece hasta 1835.

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Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)