“Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”. G. Flaubert.

Aida Vílchez.Memorias de Adriano”. Margueritte Yourcenar, 1951. En esta obra, escrita a modo de epístola, original y poética, el emperador Adriano, en sus últimos momentos de vida, cuenta a su sucesor e hijo adoptivo, Marco Aurelio, la manera en que vivió desde su esperanzada y agitada juventud, su forma de entender la filosofía, el Arte, la guerra o la Belleza, hasta la madurez con la que afronta el cambio que debe aceptar por  la enfermedad y el paso de los años. Se trata de un profundo camino hacia el conocimiento del Hombre en el final de su vida, cuando una especie de verdad te brinda el privilegio de los consejos, la libertad de expresión desde un autobús o en la cola del supermercado, o la dureza vertiginosa del relevo.

Y es rara la vida. No puedo acercarme lo más mínimo al abismo de lo moderno y voluble, la relatividad absoluta o el cambio constante al que se enfrentan nuestros mayores. Imposible hacerme una ligera idea porque tomé el relevo y sólo veo botones y cables, noticias de sucesos, precauciones, el encanto del amor, la búsqueda de la inmortalidad y el Yo más puro y al mismo tiempo más egoísta que conoceré a lo largo de mi vida.

 

Somos jóvenes, pero sin “conciencia de juventud”, que dice mi amigo Javi en su obra de teatro “Patatas con carne”, y dice bien. Protestamos, nos quejamos continuamente, nos avergonzamos de nuestros mayores, pataleamos, damos portazos, salimos los fines de semana (y entre semana), hacemos el amor y después lloramos y no nos gustan los espejos ni los refranes.

Pero es difícil ser joven. Cuando miro la foto de mi sobrina Marina en el escritorio (justo ahora a mi izquierda) me llega el peso de una responsabilidad infinita, porque siento el deber de cuidar un poco todo esto, poner frenos de cíclope a este carro de bacantes desorientadas, tirar del otro lado del pasado y retomar las viejas arcadias perdidas, porque es ahora, justo en este instante en que empezamos a tambalearnos entre la pereza o el individualismo impuesto en nombre de la ignorancia , cuando la responsabilidad que tenemos hacia las próximas generaciones es aún más inquietante.

A veces ocurre que me invade una extraña nostalgia por un pasado que nunca viví, una nostalgia como de muerto, una tristeza que arrastra los pies mientras lanza manzanas al cielo, pero siempre es tarde, ando con las manos en los bolsillos y silbo algo de Bob Dylan que suena a viejo y me gusta exactamente por eso, por viejo.

La carta de Adriano me dio que pensar estas noches en las que apenas pude dormir. A veces sólo me alivia el cinismo o la desesperanza, porque es lo que ocurre cuando te informan demasiado y mal, pero la mayor parte del día me resulta imposible olvidar el esfuerzo de mis padres por transmitirme tantas cosas lindas como estas ganas locas de abrazar a mi sobrina y darle algunos consejos como, por ejemplo, leer de vez en cuando algo bonito, o un poco feo, qué más da al fin y al cabo si se pasará la vida eligiendo y rechazando; o, por poner otro, que no se escandalizara tanto si ve escandalizarse a un viejo, es normal, han sido demasiados cambios para una sola vida.

Ho detto.

A Miguel Bueno Alonso, que nos dio consejos para ser más jóvenes.

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