Bola bioclimática de Expo'92/C.Rivas

OPINIÓN: Curro le saca los colores a Zoido

2.000 sevillanos pudieron visitar ayer la Isla de la Cartuja en visitas turísticas que conmemoraban el 20 aniversario de la muestra universal hispalense.

{jathumbnail off} Doce de la mañana. Plaza de Europa. Mucha gente. “Oye, que no hay entradas hasta las visitas de la tarde. Está todo completo”, dice Ángel Vilches, conocido tuitero –así se llaman los usuarios de la red social Twitter-. Preguntamos entonces a Manuel Fernández, vicepresidente de Sevilla se mueve y también miembro de Legado Expo. Se ocupa de atender a los medios en la misma plaza. Está rodeado de personas que van llegando y no paran de preguntarle por las visitas “les pedimos disculpas, pero la afluencia ha sido masiva. A través de los medios conocerán la fecha y hora en las que repetiremos las visitas”. No para de repetirlo mientras, a duras penas, intenta explicarnos cómo ha ido la mañana.

Aunque la plaza está llena de gente sentada, a la sombra, y con pulseras de amarillo fosforito, ya no hay colas. Todos los tickets se han repartido. Pese a ello, en la entrada al Pabellón de Europa, ahora sede del PCT Cartuja, están David Barco y Carmen Sánchez que siguen atendiendo a más sevillanos que con sus gafas de sol y su mochila cargada de agua, se afanan en conocer cuándo podrán formar parte de algún grupo para hacer la visita guiada.

Carmen, aún ocupada, no puede ocultar una sonrisa. Dice que está desbordada, pero la felicidad entre los miembros de la asociación es evidente. El éxito ha sido rotundo. Eso les da más quebraderos de cabeza, y les obliga a cambiar parte de su planificación. También les hace pedir disculpas a todos los que bajan las escaleras hasta este pequeño patio. Pero no les importa: el objetivo está logrado.

“Es imposible que te diga cuánta gente se ha quedado fuera de los grupos, aunque si unas mil han hecho o van a hacer la visita hasta el medio día, supongo que pueden rondar las 2.000 los que se han acercado durante la mañana” dice Carmen, pese a no querer arriesgarse mucho con los números, mientras que pregunto insistentemente.

Mientras, ya han llegado Antuán, Fernando y Paco, que unidos a Ángel y Pilar pretenden hacer la visita. Todos se integran en este grupo de tuiteros sevillanos que, por ahora, no pueden realizar la visita por falta de espacio. Finalmente deciden tomar la cosa con practicidad y aunque aún no es la una de la tarde, llega el cambio de planes: optan por tomar algo. “A las tres volveremos”, dicen, para, si hay suerte, poder conseguir el objetivo.

2.000 personas pudieron hacer su visita ayer, pero muchos otros tuvieron que quedarse fuera/C. Rivas

Tras el necesario abastecimiento, vuelven a la carga. A la vuelta parece que volvemos al 92. Una gran columna de humo se alza sobre el Guadalquivir. Viene entonces a la mente el desastroso incendio del Pabellón de los Descubrimientos. Pilar no duda en avisar a los bomberos: “acaban de recibir el aviso y vienen de camino”. La fogata afortunadamente no logra quemar más que rastrojos y arbustos a la orilla del río, pero cruzando la barqueta, el humo casi tapa las obras de la Torre Pelli, como borrándola del paisaje, como algunos quisieran.

El día prosigue. Son las tres y media y la Plaza Europa vuelve a estar llena de vida. Esta vez, no se ven pulseras. Aún el objetivo puede cumplirse. No se han repartido los grupos. Se impone ahora la espera a la sombra de alguna de las frondosas palmeras, que cumplen 20 años en ese lugar.  Poco a poco se incrementa el grupo. Llegan Dani y Rubén, también los unen Twitter y el interés por Sevilla. Sin embargo los hay más retirados de las nuevas tecnologías como Jose, quien, acompañado de su madre –que más tarde sería la gran memoria histórica de la visita- se suman ya en la cola. Llegando a la mesa, la espera ha merecido la pena. Formarán parte del primero de los grupos, el guiado por Alberto Martín, un sevillano lo suficientemente mayor como para conocer los entresijos de la Expo, pero al mismo tiempo tan joven como para confundirse como uno más del peculiar grupo de twitteros.

Equipado con su ‘walkie talkie’, la acreditación y sus gafas de sol, inicia la tarea de guiar a un grupo de 45 por los terrenos de la Expo’92. Lleva un dossier con documentación sobre los pabellones, pero Jose y los tuiteros saben que de poco le sirve. Todos conoce a Alberto. Es el presidente de la Asociación Legado Expo 92 Sevilla, y por ende el responsable de todo lo organizado. Lleva décadas reuniendo material del 92, y el último año ha sido frenético en reuniones y encuentros con políticos y técnicos. Los últimos días ha dormido poco. Entre actos, reuniones de organización y atención a los medios de comunicación ha pasado las últimas 48 horas. Pero no le importa, ni está cansado. Unas gafas cubren sus ojos pero la ilusión que desprende su rostro nos dice mucho más de lo que por sus palabras podemos saber. Aquel chaval que fue cautivado por la Expo en 1992 hoy renace acompañando a hombres, mujeres y niños de todas las edades. Está contando lo que él descubrió hace años: La Expo sigue viva, y Sevilla tiene que explotarla mejor.

Tras la Plaza de Europa, alfa y omega de las visitas por el recinto, Alberto Martín conduce al grupo por el que fuese Pabellón de Portugal  “frente al de España y junto a Francia porque son los países más cercanos al nuestro geográficamente”. Mientras va contando anécdotas y curiosidades, encamina al grupo hasta Francia. Allí la empresa Alestis permite entrar a los turistas. La pasarela sobre el enorme cubo de cristal unos 20 metros más abajo se mantiene intacto. Donde hubo expositores hace 20 años ahora hay escritorios y oficinas. Hay vida, y se nota.

Pabellón de Hungría de Expo'92/ Christopher Rivas

Tras pasar bajo la equis de México y su gran cactus, Alberto sigue narrando recuerdos del 92 “han quedado muchos más pabellones de lo que estaba previsto. Algunos como el de Rank Xerox han sido ampliados por la falta de espacio”. Otros están casi irreconocibles como el de Turquía, tras perder el gran rectángulo con su bandera.

“El de Italia era de los mayores y pretendía mostrarnos la majestuosidad de un castillo italiano, de ahí que accedemos incluso por una pasarela sobre un foso” narra Alberto mientras conduce al grupo hasta la enorme maqueta de la Isla de la Cartuja que se va a actualizando en el imponente hall del Pabellón.

Próxima parada Hungría. Aquí es Jose, quien preside además la asociación Sevilla se mueve quien recuerda la importante labor que su entidad junto a Legado Expo hicieron en defensa del edificio que, contruido en madera y pizarra de forma artesanal, está coronado por siete torres que muestran las religiones mayoritarias en ese país. Finalmente consiguieron que fuese declarado Bien de Interés Cultural, por lo que su protección está garantizada. No así el estado de conservación pues “el dueño ahora es un banco, después de que con la crisis la inmobiliaria que lo poseía quebrase” dice con cierta lástima.

Paseando en dirección sur, hacia el Pabellón de Marruecos, no faltan las anécdotas al pasar por el enorme solar que albergó el Palenque, hoy derruído. “Aquí nos veníamos a almorzar nuestros sándwiches porque se estaba muy fresquito” narra la madre de Jose, que recuerda las carreras cada mañana hasta los Pabellones más cotizados, así como las largas colas “hasta cinco horas esperé sentada en el Pabellón de Canadá. Era precioso y no nos lo podíamos perder”.

Pabellón de Marruecos de Expo'92/Christopher Rivas

Pasan las cinco de la tarde y no cabe duda: estamos a las puertas de Marruecos. Alllí es Ana, una trabajadora del Pabellón la que toma el relevo a Alberto, quién regresa a la Plaza de Europa para recoger a un nuevo grupo. Por fuera y por dentro, Marruecos es un pabellón imponente. Fue construido por marroquíes de forma artesanal. Todos los materiales proceden de allí y el mismo Hassan II, rey de Marruecos en el 92 “quería ofrecer la idea de que su país estaba modernizándose, llegando a elegir hasta los colores de tono pastel que adornan el interior”, hoy sede de la Fundación Tres Culturas.

“La cúpula puede abrirse y aunque a algunos mecanismos les pesan los años, todo funciona perfectamente” dice Ana en la sala que sirve de corazón del palacio de alicatado árabe y artesonado propio de cuento andalusí. Al finalizar es Ramón, otro de los guías de la asociación, quien nos enseña el Pabellón de Chile, una joya construída en madera y que durante 1992 albergó un gran iceberg en su interior “recuerdo que hacía hasta frío allí dentro” añade Jose.

Pasadas las puertas del edificio de Fujitsu, el peculiar grupo de guiris en su propia ciudad, cruza de nuevo la gran avenida de la muestra, bajo la bola bioclimática, el emblema de Expo’92. Tal cual hace 20 años, pero sin que sus aspersores expulsen litros de agua a su alrededor. La fuente fue restaurada hace unos años, y se encuentra en buen estado de conservación.

Más de 2.000 personas participaron en las visitas de Legado Expo por la Isla de la Cartuja/ Christopher Rivas

Unos metros más adelante llega Finlandia. Otros de los protegidos. Compuesto por dos estructuras unidas por una pasarela, hoy en día acoge a la Fundación para la Investigación y el Desarrollo de la Arquitectura en Sevilla. La estructura de madera evidencia el paso de los años. La de acero, también. Hasta que accedes al pequeño callejón interior, donde, protegidos del sol, ambos edificios mantienen el aspecto original del 92. Ahí el metal es oscuro en lugar del naranja corrosivo. La madera es clara y lisa, frente a los tonos oscuros y las extrañas formas que el agua, la luz y el calor de Sevilla le ha dado durante estos 20 años de historia.

Pasamos las seis de la tarde, y el fin de la visita llega donde empezó, bajo la recién estrenada iluminación de la torre que identificaba al Pabellón de la Unión Europea, entonces de los 15. Ramón, despide a los 45 corazones, que a fuerza de memoria y recuerdos han revivido su particular año 1992. “Esperamos que después de esta visita hayan descubierto que lejos del tópico de los jaramagos, la Isla de la Cartuja está llena de vida” es el particular adiós de Ramón, y el objetivo de Legado Expo. Al otro lado de Torneo hay vida, y un gran patrimonio que conservar y explotar de la mano de todos. Por eso ayer le enseñaron a 2.000 sevillanos cuanta realidad y día a día hay allí, en la gran isla abrazada por el Guadalquivir.

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Licenciado en Periodismo y Máster en Sociedad, Administración y Política, puso en marcha el 'Proyecto Deguadaíra', germen de Sevilla Actualidad. Ha pasado por El Correo de Andalucía, Radio Sevilla-Cadena...