El Sevilla pierde hasta cuando no lo merece, y eso que el rival de hoy era duro de pelar. Los de Manzano plantaron cara y agobiaron al Real Madrid, pero Di María dejó los tres puntos en su fortín.

Sara Domínguez. El Sevilla avisaba ya en los primeros minutos, cuando se acercaba peligrosamente al entorno de Iker Casillas. El Bernabéu no iba a ser el Camp Nou, y eso ya podía dejar tranquilos a los sevillistas que temiesen echar de menos a Perotti, Kanouté y Navas.

Los de Manzano estuvieron ordenados y serios en defensa, siendo un equipo rocoso que incomodaba al Real Madrid. El equipo quería y tenía ambición, no volvió a estar ahí el error. Sí faltó eficacia de cara al gol.

De hecho, ya en la segunda mitad, vino la ocasión sevillista más clara del choque, que murió en las botas de Negredo. El vallecano no hizo mal partido y trabajó (o, al menos, se vio) más que su compañero Luis Fabiano.

En esta segunda parte se juntaron varios factores para que el Sevilla no ganara el partido. El primero, paradójicamente, fue la expulsión de Carvalho por doble amarilla. En vez de saber aprovechar tal circunstancia, el Sevilla no pudo darle la última estocada a un Madrid que tiró de coraje tras irse el portugués. La puntilla a tal oleada de rabia la puso Di María, que la había estado buscando y se la sacó de la manga.

El Madrid quería lío y pudo traerse al Sevilla a su terreno, como segundo componente a favor de los blancos. Dabo vio la roja y los de Nervión se quedaban con diez y ya, por tiempo, con escasas posibilidades. Y a todo se suma que Capel, más fresco en la primera mitad, erraba una y otra vez en sus centros al área.

Con todo, el Sevilla acababa el partido perdiendo, pero habiendo conseguido poner nervioso al Madrid y al Santiago Bernabéu. Se puede caer, pero así. Pese a todo, son cinco derrotas seguidas en Liga, 0 puntos de 15 posibles, y no es la primera vez que se pierde luchando (ya pasó en la segunda parte ante el Villarreal). Si perder así sirve… mal asunto.

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