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Recuerdo muy bien el 25 de mayo de 1996, casi diez meses después del fatídico descenso administrativo del Sevilla Fútbol Club a la segunda división b –mejor no mentar a la bicha–. Ese caluroso día de mayo de 1996, mis ojos presenciaron un espectáculo fuera de lo común.

El Sevilla se jugaba la permanencia en primera división ante el ya descendido Salamanca. Por aquel entonces, el partido coincidía con la concentración de algunas selecciones para disputar la Eurocopa 96, Croacia entre ellas. El genio de Osijek, Davor Suker, cogió un avión privado para presentarse al partido y sacarse de la manga un soberano trío de goles, lo que los futboleros con acento inglés llaman hat-trick. Fue el último partido del croata con la elástica sevillista. Cinco años antes había debutado en Copa del Rey ante el RCD Espanyol con otros tres tantos –un debut solamente reservado a los más grandes–. Llegó, jugó y se fue para no volver. Lloré amargas lágrimas de despedida, el Sevilla se quedaba en primera, pero sin su jugador estrella y con un futuro plagado de incertidumbre. Reconozco que llegué a casa y pensé: “esto es lo más grande que yo voy a vivir en el Ramón Sánchez-Pizjuán”. Me equivoqué.

Sí, por suerte me equivoqué. El Sevilla las iba a pasar putas, pero el destino tenía reservado algo mucho más grande que la despedida de Davor. Pasaron las temporadas, los entrenadores, los presidentes e incluso los jugadores, y el club vivió una gran metamorfosis. El portero de aquel partido fue Ramón Rodríguez Verdejo ‘Monchi’, que se puso el traje de mejor director deportivo de la historia. Llegaron leyendas como Kanouté y pasaron un sinfín de nombres como Daniel Alves, Renato, Luis Fabiano, Maresca, Palop, Martí, David Castedo, Javi Navarro, Poulsen, Negredo y Rakitic, entre tantos otros. Funcionó incluso la cantera, sacando bolsas de billetes como Jesús Navas, Sergio Ramos o José Antonio Reyes.

Llegaron las finales nacionales y europeas. Y el Sevilla ganó. Ganó, ganó y ganó, sin cansarse jamás. Había despertado el gigante dormido. Mis ojos comenzaron a cambiar el sabor de las lágrimas y mi paladar se acostumbró al sabor de lo exquisito. Pese a ello, mi mente no olvida lo vivido en aquellos lastimosos años de mitad de los 90. ¿Será por eso que me emociono tanto al saber que mi amado club está de nuevo luchando por llegar a las semifinales de una competición europea? ¡Piénsalo! Cuatro títulos de Europa League a nuestras espaldas y solo tienes en mente una cosa: ganar.

“Esto es lo más grande que yo voy a vivir en el Ramón Sánchez-Pizjuán”. Me equivoqué.

Unai y los suyos visitan un estadio tan precioso como complicado. San Mamés no es plato de buen gusto cuando los que juegan dentro son los tuyos. Un rival muy difícil, con una afición que aprieta y unos jugadores que los tienen bien puestos. Vuelve el león a la que fue su casa, un Fernando Llorente que cansado de ver cómo uno de sus compañeros se disfraza de él, intenta centrarse en una nueva eliminatoria. Pero no quiero ni escuchar, ni leer nada de rabos y leones. De eso ya tuvimos una buena ración hace unos años. Calma. No son 90 minutos, son 180. No será sencillo. Habrá que sudar y tendremos que intentar vivir otra noche mágica de jueves de feria en nuestro estadio. Lo sabes, ¿verdad?

Despiertas y saltas de la cama. ¿Otra vez partido europeo? ¡Sí, otra vez! Reloj en la muñeca contando los segundos que faltan para que llegue la gran cita. Nueve y cinco, te repites una y otra vez. Andas por la calle y solo piensas en lo que cuentan las lenguas antiguas. Llevas una sonrisa en el rostro, esa que solo los coleccionistas de paragüeros son capaces de mostrar al mundo. Ves corretear a un chiquillo de vuelta del colegio con la camiseta y el escudo más grandes jamás diseñados. Recuerdas todo lo vivido y se te eriza la piel. Lo sientes, ha llegado el momento. El tuyo y el de tantos que sienten como tú.

Hoy jugamos unos cuartos de final de la UEFA Europa League, nuestra competición. No hace falta rememorar tiempos pasados. Ni siquiera recordar que en siete eliminatorias anteriores contra los leones solo hayamos pasado en una ocasión. No es tiempo de eso. Dicen que los que han sabido sufrir, saborean más intensamente la gloria. Disfruta el momento, es tu Sevilla el que año tras año sigue ahí, luchando por entrar en una nueva semifinal europea. Ya llegarán tiempos peores, pero el sevillismo estará siempre ahí, apoyando y junto a su equipo. No espero que lo entiendas, es más, entiendo que no lo entiendas si no tienes la suerte de haber nacido sevillista.