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El Sevilla tuvo intensidad y dominó el balón, pero no el control de un partido que se le resistió hasta el final, cuando Diogo abrió el marcador y se buscó la heroíca a la desesperada.

El Sánchez Pizjuán se vistió de gala y el Sevilla dejó todo en el campo. La suma de ambos factores generalmente garantiza el éxito, pero en esta ocasión no fue suficiente. En primer lugar porque el Espanyol estuvo muy serio, bien cerrado, casi inexpugnable. Y en segundo, sobre todo, porque el Sevilla pese a tener el balón no tuvo el control del juego, porque casi nunca encontró el camino, demasiado atorado, impreciso e ineficaz, sobre todo en una primera parte tan voluntariosa como inane. En el segundo tiempo, con la entrada de Banega, el balón círculo con algo más de sentido, pero nunca con la fluidez necesaria.

De alguna forma al equipo se le cerró la persiana cuando había que dar el zarpazo y ni siquiera a balón parado pudo meterse en el encuentro. Cuando todo apuntaba al empate a cero, Diogo se sacó un magnífico disparo desde fuera del área que devolvió la ilusión. Por un momento el Sevilla creyó en la heroica, pero fue más creer que poder, porque el Espanyol aguantó el tipo y los nervionenses no lograron siquiera ponerse de gol. Se puso todo en el campo, pero faltó acompañar con brillantez el indudable empeño de los nervionenses

No siempre en el fútbol vale con la entrega. A las ganas hay que ponerle argumentos, y eso es lo que le faltó al Sevilla esta noche, sobre todo en una primera parte donde el equipo se mostró incapaz ante su rival. El Espanyol, de hecho, fue el que más cerca tuvo el gol en el primer acto, con una falta de Arbilla nada más comenzar que se estrelló en el travesaño. Con Gameiro y Bacca arriba, Deulofeu y Denis en las bandas e Iborra y Carriço en el doble pivote, el Sevilla aparentemente ponía toda la pólvora en el campo, pero en puridad en ataque apenas se generaba peligro, porque el balón no llegaba limpio al área. Eran, de hecho, Deulofeu y Denis los que tenían que desplazarse al centro para lanzar los ataques. Por el centro parecía imposible y el Sevilla tuvo tan sólo una ocasión de gol clara, en la única jugada que pudo hilvanar de primeras, que Bacca remató demasiado forzado fuera.

En el descanso Emery sacó a Banega por Pareja, que tenía amarilla, retrasando a Carriço. También salió Diogo por Coke. La inclusión del mediocentro argentino mejoró notablemente el juego del Sevilla. Ahora sí el balón salía con criterio, pero el Espanyol defendía con uñas y dientes, bien agazapado, sin concesiones. Las ocasiones caían a cuenta gotas y la claridad en los ataques era escasa, aunque ahora las ofensivas eran más abiertas y se generaba más sensación de peligro. Pero era más espejismo que una realidad. Parecía que la única forma de hacer daño era a balón parado y ni siquiera así había manera.

Cuando todo aparentemente estaba perdido, Diogo se inventó un disparo desde fuera del área que desataba la fe en un estadio absolutamente entregado. Quedaban apenas cinco minutos por delante y la heroíca se abría una vez más en el horizonte de un Sevilla que sabe lo que es cantar victoria en el último minuto. Pudo haber ocurrido, los nervionenses lo intentaron, pero el Espanyol en el cuerpo a cuerpo estaba inmenso. El Sevilla murió en ataque, intentando marcar ese segundo que daba el pase a las semifinales. Sin embargo, la lucha fue inutil, había ganas pero ni brillo ni acierto, demasiada imprecisión. Voluntad, mucha voluntad, pero ineficacia.